¡Ponte a prueba! 6/2018 (Solución) Oposiciones de lengua y literatura

¡Ponte a prueba! 6/2018 (Solución) Oposiciones de lengua y literatura

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Como ya decíamos el viernes en nuestra presentación del texto, el autor del mismo era un viejo conocido de los opositores. Y no era otro sino José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín (1873-1967). No hace muchos años, creo recordar que en 2014 una obra suya aparició en las oposiciones: Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Pero en este caso la obra seleccionada por nosotros ha sido La voluntad (1902) en la que un joven llamado Azorín (su alter ego) es el protagonista.

Así pues, esta semana tenemos una sola acertante: Irene Díaz Lloris, que ha sabido identificar obra y autor, lo que sin duda, dada su unicidad en la respuesta, le daría una indudable ventaja en la prueba el día D. ¡Enhorabuena para ella!

Ya sabéis que el viernes volveremos con otro texto para ejercitar nuestra capacidad. Hasta entonces. Saludos y ánimo.

Dulce sosiego se respira en el ambiente plácido. En la vecindad los martillos y una fragua tintinean argentinos. A un extremo de la mesa de retorcidos pies, en la entrada, Puche, sentado, habla pausadamente; al otro extremo, Justina escucha atenta. En el fondo umbrío de la cocina, un puchero borbolla con persistente moscardoneo y deja escapar tenues vellones blancos.

Puche y Justina están sentados. Puche es un viejo clérigo de rostro cenceño, cuerpo y cara escuálida. Tiene palabra dulce de iluminado fervoroso y movimientos resignados de varón probado en la amargura. Susurra levemente más que habla; sus frases discurren untuosas, benignas, mesuradas, enervadoras, sugestivas.  En plácida salmodia insinúan la beatitud de la perfecta vida, descubren la inanidad del tráfago mundano, cuentan la honda tragedia de las miserias terrenales, acarician con la promesa de dicha inacabable al alma conturbada. Puche va hablando dulcemente, la palabra poco a poco se caldea, la frase se enardece, el periodo se ensancha fervido.  Y un momento, impetuosamente, la fiera indomeñada reaparece y el manso clérigo se exalta con el ardimiento de un viejo profeta hebreo.

Justina es una moza fina y blanca. A través de su epidermis transparente resalta la tenue red de las venillas azuladas. Cercan sus ojos llameantes anchas ojeras. Y  sus rizados bucles rubios asoman por la negrura del manto que se contrae ligeramente al cuello y cae luego sobre la espalda en amplia oleada.

Justina escucha  atenta a Puche. Alma cándida y ardorosa, pronta la negación o al desconsuelo, recoge píamente las palabras del maestro y piensa.