¡Ponte a prueba! 16/2018 Oposiciones de Lengua Castellana y Literatura

¡Ponte a prueba! 16/2018 Oposiciones de Lengua Castellana y Literatura

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Como cada viernes, en www.opolengua.com volvemos con nuestro acertijo de fin de semana para preparar la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura. De esta forma podemos preparar el día D de una forma ligera y divertida, tras la dura semana de estudio.

En este caso, se trata de un autor muy conocidos y de hecho, textos extraídos de obras suyas han aparecido en los últimos años en algunas convocatorias de oposiciones de nuestra especialidad por lo que no es de descartar que el texto que traemos hoy u otro parecido pudieran ser elegidos por los tribunales en las próximas oposiciones. Ya sabemos que si no somos capaces de acertar el autor y la obra, es bueno argumentar al menos el género y la época en la que se escribió el texto. Todo en realidad es una pista para señalar los rasgos literarios o lingüísticos que son objeto del comentario.

Para participar, ya sabéis que podéis hacerlo a través de nuestra página de Facebook y que la solución se dará el lunes. ¡Feliz fin de semana!

Naturalmente, esas “loterías” fracasaron. Su virtud moral era nula. No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza. Ante la indiferencia pública, los mercaderes que fundaron esas loterías venales comenzaron a perder el dinero. Alguien ensayó una reforma: la interpolación de unas pocas suertes adversas en el censo de números favorables. Mediante esa reforma, los compradores de rectángulos numerados corrían el doble albur de ganar una suma y de pagar una multa a veces cuantiosa. Ese leve peligro (por cada treinta números favorables había un número aciago) despertó, como es natural, el interés del público. Los babilonios se entregaron al juego. El que no adquiría suertes era considerado un pusilánime, un apocado. Con el tiempo, ese desdén justificado se duplicó. Era despreciado el que no jugaba, pero también eran despreciados los perdedores que abonaban la multa. La Compañía (así empezó a llamársela entonces) tuvo que velar por los ganadores, que no podían cobrar los premios si faltaba en las cajas el importe casi total de las multas. Entabló una demanda a los perdedores: el juez los condenó a pagar la multa original y las costas o a unos días de cárcel. Todos optaron por la cárcel, para defraudar a la Compañía. De esa bravata de unos pocos nace el todopoder de la Compañía: su valor eclesiástico, metafísico.