Hoy es lunes y por tanto el día en que en www.opolengua damos la solución de nuestro acertijo sobre el texto que sirve para preparar la prueba del ejercicio práctico de la especialidad de Lengua Castellana y literatura.
En esta ocasión se trataba, como dijimos, de un texto que podía resultar difícil porque pertenece a una obra que fue muy influyente en el momento de su publicación, pero cuya importancia ha ido decayendo con el paso del tiempo. Se trataba efectivamente de un fragmento del capítulo primero de Señas de identidad (1966) por Juan Goytisolo (1931-2017), que se incluye dentro de la renovación de la narrativa española de los sesenta encabezada por Martín Santos y su Tiempo de silencio, al mezclar una narración en segunda persona (lo que ayuda a su reconocimiento) en muchos de sus pasajes con muchos otros elementos técnicamente novedosos como párrafos muy breves, oraciones en otros idiomas, etc.
Y, aun siendo un texto difícil, hemos tenido a una acertante que ha dado en el clavo como Mercedes Mateos. También se ha acercado mucho Dani ED, que ha acertado la autoría y Vita Severn, que ha acertado el movimiento literario al que pertenece, como podía evidenciar la alusión a la guerra. Por estas razones, partirían con ventaja en la prueba de comentario, así que hay que darles la enhorabuena.
Y ya, recordando que el viernes volveremos con otro nuevo textos, os deseamos una feliz semana de estudio.
Desde esa fecha (¿octubre de 1939?) Álvaro había aprendido a conocer los límites de su condición y, aunque sin formularlo con claridad (eso llegaría mucho más tarde), sabía que todo, incluso el mismo, no era definitivo y perdurable como confiadamente creyera hasta entonces fundándose en la continuidad de su universo reconstituido tras los terrores y sobresaltos de la guerra, si no mudable, precario, sometido a un ciclo biológico contra el que voluntad y virtud nada podían, todo expuesto a un azar, todo aleatorio, irremediablemente prometido a la muerte, pasajero, fugaz, todo caduco.
Algunos años atrás, adolescente aún y apunto de ingresar en la universidad matriculado en el primer curso de derecho, habías examinado el álbum familiar no con el propósito actual de recuperar el tiempo perdido y hacer el balance de tus existencias (el necesario arqueo de la caja, como en los libros de cuentas de tu bisabuelo) sino con la esperanza un tanto ilusoria de adivinar por medio de él las coordenadas inciertas y problemáticas de tu singular porvenir (un poco como el arúspice que reconoce las entrañas de las víctimas o el cliente sentado frente a los naipes del cartomántico). La rebeldía atesorada día a día contra el destino que generosamente te brindaron por obra de una eyaculación torpe buscaba entonces su explicación y sus raíces en el aborrecido árbol genealógico. No era posible, te decías, que un sentimiento tan vivo e intenso, una anomalía tan honda e insobornable pudiera surgir de la nada y medrar enteramente en el aire, con una orquídea aerícola. Un miembro anónimo de tu linaje los había experimentado tal vez antes que tú, te los había transmitido intactos a costa de negros años de compromiso y disimulo. Lo que en ti maduraba y daba fruto alguno lo sintió germinar dentro de sí atemorizado, como un cáncer que aumenta y se fortifica en medio de la ceguera e ignorancia de los otros. Aquel impulso, oscura y juntamente luminoso, lo había ocultado quizá como una gracia, quizá como una vergüenza, sacrificando en cualquier caso su verdad imperativa a la aprobación necia e inconsistente del clan. Heredero tú de él habías logrado cortar a tiempo las amarras sin conseguir por eso liberarte del todo. Familia, clase social, comunidad, tierra: tu vida no podía ser otra cosa (lo supiste luego) que un lento y difícil camino de ruptura y desposesión.