Hoy ya es lunes de nuevo y, como siempre, comenzamos la semana de trabajo con la solución de nuestro reto ¡Ponte a prueba!, que quiere ser un amable simulacro de la prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura para que las esforzadas y nobles personas que las preparan tengan una piedra de toque donde calibrar su competencia literaria.
El viernes decíamos haber seleccionado el texto por dos razones. Y decíamos también que nos callábamos la primera pues sería una pista clara acerca de su autoría. La razón es que el texto provenía de una obra que era materia de estudio y una obra muy leída en la asignatura de Filosofía de COU, por lo que los profesores que estudiaron o dieron clase en esa época conocen muy bien. Y como quiera que suelen estar en ese rango de edad quienes ostentan la presidencia de los tribunales números 1, que son los que ponen las pruebas prácticas, pues esta es una obra a tener en consideración. Es decir, dar la pista suponía situar el texto en el siglo XX y no en la actualidad.
Como siempre, hemos tenido una amplia participación y, como siempre también, con acierto. Así Rafael Robledo Simón sitúa acertadamente la obra en el siglo XX, José Manuel Serrano Valero acierta al adscribirlo al género ensayístico, Mamen Moreno y Nathalie Marañón dan con el autor e Isidro Ruiz de Osma, Lydia P García y Adrián Gómez Acosta hacen pleno al reconocer la obra concreta. ¡Enhorabuena a todos ellos y ojalá que el día D tengan la misma suerte!
Y es que, efectivamente, se trataba del capítulo 3 “¿Por que hay separatismo?” de España invertebrada (1921) de José Ortega y Gasset (1883-1955), obra en la que el filósofo español (que algunos sitúan como epígono del 98 y otros como cabeza del 14) reflexiona sobre la construcción y situación de la nación española.
Y nada más por hoy. Mañana volveremos con nuestra entrada de análisis. Feliz semana de estudio. Saludos y ánimo.
Uno de los fenómenos más característicos de la vida política española en los últimos veinte años ha sido la aparición de regionalismos, nacionalismos, separatismos; esto es, movimientos de secesión étnica y territorial. ¿Son muchos los españoles que hayan llegado a hacerse cargo de cuál es la verdadera realidad histórica de tales movimientos? Me temo que no.
Para la mayor parte de la gente, el «nacionalismo» catalán y vasco es un movimiento artificioso que, extraído de la nada, sin causas ni motivos profundos, empieza de pronto unos cuantos años hace. Según esta manera de pensar, Cataluña y Vasconia no eran antes de ese movimiento unidades sociales distintas de Castilla o Andalucía. Era España una masa homogénea, sin discontinuidades cualitativas, sin confines interiores de unas partes con otras. Hablar ahora de regiones, de pueblos diferentes, de Cataluña, de Euzkadi, es cortar con un cuchillo una masa homogénea y tajar cuerpos distintos en lo que era un compacto volumen.
Unos cuantos hombres, movidos por codicias económicas, por soberbias personales, por envidias más o menos privadas, van ejecutando deliberadamente esta faena de despedazamiento nacional, que sin ellos y su caprichosa labor no existiría. Los que tienen de estos movimientos secesionistas pareja idea, piensan con lógica consecuencia que la única manera de combatirlos es ahogarlos por directa estrangulación: persiguiendo sus ideas, sus organizaciones y sus hombres. La forma concreta de hacer esto es, por ejemplo, la siguiente: En Barcelona y Bilbao luchan «nacionalistas» y «unitarios»; pues bien: el Poder central deberá prestar la incontrastable fuerza de que como Poder total goza, a una de las partes contendientes; naturalmente, la unitaria. Esto es, al menos, lo que piden los centralistas vascos y catalanes, y no es raro oír de sus labios frases como éstas: «Los separatistas no deben ser tratados como españoles.» «Todo se arreglará con que el Poder central nos envíe un gobernador que se ponga a nuestras órdenes.»
Yo no sabría decir hasta qué extremado punto discrepan de las referidas mis opiniones sobre el origen, carácter, trascendencia y tratamiento de esas inquietudes secesionistas. Tengo la impresión de que el «unitarismo» que hasta ahora se ha opuesto a catalanistas y bizcaitarras, es un producto de cabezas catalanas y vizcaínas nativamente incapaces -hablo en general y respeto todas las individualidades- para comprender la historia de España. Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral. Más de una vez me he entretenido imaginando qué habría acontecido si, en lugar de hombres de Castilla, hubieran sido encargados, mil años hace, los «unitarios» de ahora, catalanes y vascos, de forjar esta enorme cosa que llamamos España. Yo sospecho que, aplicando sus métodos y dando con sus testas en el yunque, lejos de arribar a la España una, habrían dejado la Península convertida en una pululación de mil cantones. Porque, como luego veremos, en el fondo, esa manera de entender los «nacionalismos» y ese sistema de dominarlos es, a su vez, separatismo y particularismo: es catalanismo y bizcaitarrismo, bien que de signo contrario.