Hoy es un lunes diferente. Todos los ejercicios de la primera prueba se han celebrado. Hay diferentes sensaciones. Están las personas que no se decidieron a presentarse (esto siempre ronda entre el 10 y el 20% de los aspirantes), están las personas a las que no salió bola y están quienes hicieron un gran tema. Cada persona con sus circunstancias y sentimientos. Pero todos los opositores de Lengua Castellana y Literatura están más relajados y cerca del descanso. Ya podemos olvidar el repaso.
Para nosotros es un lunes distinto porque es el último de este curso en que publicaremos la solución de nuestro acertijo, el ¡Ponte a prueba!, con el que acompañamos a los opositores de Lengua Castellana y Literatura desde 2015, para ayudarles a preparar la prueba del comentario de texto. En septiembre, volveremos con más entregas.
Y para esta última ocasión, nos decidimos por un texto que pudiera ilustrar el momento, al tratar de un personaje que finaliza un ciclo y que se enfrenta a una prueba decisiva en su vida. Como siempre, nuestros seguidores han mostrado su competencia literaria identificando la obra, que es una de las novelas más importantes de la literatura española del siglo XX. Y así, tanto Lidia Parra González como San BG, Lydia P García, Mamen Moreno, Luisa Vera, Carmen Gutíerrez Luque y Rafael Robledo Simón señalan con acierto la obra y su autoría. Y Eva López Santuy indica además la ubicación funcional del fragmento. ¡Enhorabuena a todos ellos!
Y es que, efectivamente, se trataba de un fragmento del capítulo final de El camino (1950) de Miguel Delibes (1920-2010).
Y nada más por hoy. ¡Nos vemos en septiembre! Aunque lógicamente, esta no será la última entrada del blog durante este verano.
Saludos y ánimo.
En torno a Daniel, el Mochuelo, se hacía la luz de un modo imperceptible. Se borraban las estrellas del cuadrado de cielo delimitado por el marco de la ventana y sobre el fondo blanquecino del firmamento la cumbre del Pico Rando comenzaba a verdear. Al mismo tiempo, los mirlos, los ruiseñores, los verderones y los rendajos iniciaban sus melodiosos conciertos matutinos entre la maleza. Las cosas adquirían precisión en derredor; definían, paulatinamente, sus volúmenes, sus tonalidades y sus contrastes. El valle despertaba al nuevo día con una fruición aromática y vegetal. Los olores se intensificaban, cobraban densidad y consistencia en la atmósfera circundante, reposada y queda.
Entonces se dio cuenta Daniel, el Mochuelo, de que no había pegado un ojo en toda la noche. De que la pequeña y próxima historia del valle se reconstruía en su mente con un sorprendente lujo de pormenores. Lanzó su mirada a través de la ventana y la posó en la bravía y aguda cresta del Pico Rando. Sintió entonces que la vitalidad del valle le penetraba desordenada e íntegra y que él entregaba la suya al valle en un vehemente deseo de fusión, de compenetración íntima y total. Se daban uno al otro en un enfervorizado anhelo de mutua protección, y Daniel, el Mochuelo, comprendía que dos cosas no deben separarse nunca cuando han logrado hacerse la una al modo y medida de la otra.
No obstante, el convencimiento de una inmediata separación le desasosegaba, aliviando la fatiga de sus párpados. Dentro de dos horas, quizá menos, él diría adiós al valle, se subiría en un tren y escaparía a la ciudad lejana para empezar a progresar. Y sentía que su marcha hubiera de hacerse ahora, precisamente ahora que el valle se endulzaba con la suave melancolía del otoño y que a Cuco, el factor, acaban de uniformarle con una espléndida gorra roja. Los grandes cambios rara vez resultan oportunos y consecuentes con nuestro particular estado de ánimo.