Llegó el lunes. Comenzamos una nueva semana de duro trabajo. Y como siempre, aquí traemos la solución de nuestro acertijo, el amable ¡Ponte a prueba!, el reto que desde 2015 planteamos semana a semana a las nobles y esforzadas personas que preparan la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura para que tengan una piedra de toque que les sirva para evaluar su competencia literaria.
El texto de esta semana era muy interesante porque este autor ha aparecido desde siempre en las oposiciones. Tanto en las anteriores a los años 90, como en las posteriores cuando ya se dieron competencias autonómicas. Es, por tanto, un clásico de los comentarios de texto al que siempre hay que tener en cuenta. En los últimos años también ha aparecido algún cuento suyo. Y esa fue la razón de que yo, como preparador de Lengua, lo eligiera para nuestro reto de esta semana.
La verdad es que, como preparador de Lengua estoy muy contento porque nuestros participantes han dado en el clavo, mostrando su bagaje y su fino olfato literario. Y así, Cris Alrío, Marisa Márquez, Lidia Parra González, San BG y Eva López Santuy aciertan con atinadas razones la autoría del texto incluyéndolo dentro del género narrativo. Por su parte Lydia P. García acota un poco más al arriesgarse acertadamente con el género. ¡Enhorabuena a todas ellas y ojalá que el día D tengan la misma suerte!

Y es que, efectivamente, se trataba del final del brevísimo relato del gran Pío Baroja (1872-1956), titulado “Olaberri, el macabro” incluido en Vidas sombrías (1900). El humor socarrón y provocador, así como los nombres de los personajes de origen vasco, los errores al conjugar los verbos (“hay” por “he”) o la imitación de la pronunciación del español por parte de los personajes (“busano” por “gusano” y “gurgujas” en vez de “burbujas”) eran datos que nos conducían a los retratos que nuestro autor hacía de los tipos populares vascos en su obra. Otro dato nos llevaba también a la época anterior a 1972. La ortografía del apellido “Berecoche” (con “ch” en vez de “tx”) nos indicaba que el texto era probablemente anterior a la normalización realizada por el euskera batua. De hecho, en la obra de Baroja, tanto los antropónimos como los topónimos, aparecen siempre con la ortografía en español y no en euskera.
Y nada más por hoy. Saludos y ánimo.
A Olaberri le preocupaban las facturas. Para Olaberri, que era contratista en pequeño, las facturas eran como la sombra de Banquo, que aparece en el banquete de la vida.
Si Olaberri hubiera tenido el sentido estadístico de nuestro amigo Berecoche, ya difunto, diría que en la vida hay un 75 por ciento de facturas.
-Ya le he dicho al párroco -me contó una vez-: usted, con un cubo de agua y un hisopo, ya tiene para todo el año, y a vivir bien; nosotros, en cambio, pobres contratistas, siempre a vueltas con las facturas.
Olaberri tenía gustos macabros. Había construido en el cementerio varios sepulcros y trasladado cadáveres y huesos y algunos cuerpos recién muertos.
Al hacer la descripción de estos traslados sentía, sin duda, un ardor explicativo de artista medieval y macabro. Los huesos, las calaveras revueltas con tierra, los trozos de hábito o de ropa, la madera podrida de los ataúdes, todo daba pábulo a su charla pintoresca.
Al relatar el traslado de algún cuerpo recién enterrado, se lucía; entonces los detalles realistas eran tan terribles que a cualquier persona sencilla se le ponían los pelos de punta.
Salían a relucir los busanos blancos y las gurgujas verdes, y al último la gente no sabía si temblar de asco o echarse a reír.
Él no tenía repugnancia por nada.
-Los mejores caracoles que hay comido -solía decir-, los hay cogido en la tumba del difunto párroco. Nunca los hay comido mejores.