Como cada viernes, aquí estamos de nuevo con una nueva entrega de nuestro ¡Ponte a prueba! el reto amistoso con el que pretendemos ayudar siguiendo la máxima del docere et delectare a las nobles y honestas personas que se preparan para la prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura. El acertijo está abierto, como siempre, a todas las personas que se comunican en le lengua común en ambos hemisferios y aman nuestra literatura inmortal.
La propuesta de la semana: un texto muy posible
Seguimos con un texto que podría caer, ¿por qué no?, en cualquier convocatoria de las que habrá en 2025. Por su temática y por su autoría estamos convencidos de que esto sería perfectamente posible. Hemos elegido además un fragmento que daría pie a un buen comentario estilístico que, a su vez, nos permitiría su datación. Y es que el reto, como siempre, consiste en reconocer la obra, su autoría e incluso situar el fragmento en la misma. Esto puede ser muy difícil por razones que explicaremos el lunes, pero siempre podremos hacer un gran comentario si explicamos acertadamente su contenido y su forma y adscribiéndolo de forma razonada a una época, movimiento y género literario.
¿Por qué y cómo participar en el Ponte a prueba?
Siempre es bueno participar públicamente porque eso eleva la tensión de nuestra respuesta y nos permite anticipar una sensación más parecida a la que sentiremos el día D, cuando nos enfrentemos al texto real de las oposiciones de Lengua. De este modo, aprenderemos a gestionar la tensión de ese día algo mejor. Como siempre, para participar, debes escribir un comentario en la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. La única norma es hacerlo en las mismas condiciones que en la prueba real; sin usar internet y usando solamente nuestra competencia literaria para dar con la clave. Nosotros publicaremos el lunes la solución del acertijo y la lista de acertantes.
Y nada más por hoy. Nuestro recuerdo a las víctimas de Valencia y sus famliiares. Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.
Fue en el balneario de Aguasacras donde hice conocimiento con aquel matrimonio: el marido, de chinchoso y displicente carácter, arrastrando el incurable padecimiento que dos años después le llevó al sepulcro; la mujer, bonitilla, con cara de resignación alegre, cuidándole solícita, siempre atenta a esos caprichos de los enfermos, que son la venganza que toman de los sanos.
Conservaba, no obstante, el valetudinario la energía suficiente para discutir, con irritación sorda y pesimismo acerbo, sobre todo lo humano y lo divino, desarrollando teorías de cerrada intransigencia. Su modo de pensar era entre inquisitorial y jacobino, mezcla más frecuente de lo que se pudiera suponer, aquí donde los extremos no sólo se han tocado, sino que han solido fusionarse en extraña amalgama. Han sido generalmente prendas raras entre nosotros la flexibilidad y delicadeza de espíritu, engendradoras de la amable tolerancia, y nuestro recio y chirriante disputar en cafés, círculos, reuniones, plazuelas y tabernas lo demostraría, si otros signos del orden histórico no bastasen.
El enfermo a que me refiero no dejaba cosa a vida. Rara era la persona a quien no juzgaba durísimamente. Los tiempos eran fatídicos y la relajación de las costumbres horripilantes. En los hogares reinaba la anarquía, porque, perdido el principio de autoridad, la mujer ya no sabe ser esposa, ni el hombre ejerce sus prerrogativas de marido y padre. Las ideas modernas disolvían, y la aristocracia, por su parte, contribuía al escándalo. Hasta que se zurciesen muchos calcetines no cabía salvación. La blandenguería de los varones explicaba el descoco y garrulería de las hembras, las cuales tenían puesto en olvido que ellas nacieron para cumplir deberes, amamantar a sus hijos y espumar el puchero. Habiendo yo notado que al hallarme presente arreciaba en sus predicaciones el buen señor, adopté el sistema de darle la razón para que no se exaltase demasiado.
No sé qué me llamaba más la atención, si la intemperancia de la eterna acometividad verbal del marido, o la sonrisilla silenciosa y enigmática de la consorte. Ya he dicho que era ésta de rostro agraciado, pequeño de estatura, delgada, de negrísimos ojos, y su cuerpo revelaba esa contextura acerada y menuda que promete longevidad y hace las viejecitas secas y sanas como pasas azucarosas. Generalmente, su presencia, una ojeada suya, cortaban en firme las diatribas y catilinarias del marido. No era necesario que murmurase:
-No te sofoques, Nicolás; ya sabes que lo ha dicho el médico…