Hoy es lunes 25 de noviembre. Ya se van reuniendo las mesas sectoriales y hay incluso convocatorias que están anunciadas o en borrador. Lenta, pero inexorablemente se acerca el día D. Y nosotros enfilamos una nueva semana de trabajo con la ilusión de mantenernos con fuerza al pie del cañón, aunque sea avanzando lo mínimo. Y nosotros, desde hace diez años comenzamos la semana con la solución de nuestro amable acertijo, el ¡Ponte a prueba! que es ya un clásico que acompaña nobles y esforzadas personas que preparan la prueba de comentario de texto, siempre la más difícil, de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
Esta semana hemos elegido un texto muy interesante por varias razones. Por su temática, que ha aparecido con insistencia en los últimos años; por su autoría, que es quizá la más fecunda en lo que a esta temática se refiere y, finalmente, porque mostraba elementos de estilo que nos ayudaban a identificar a la autora y, sobre todo, a situar el texto dentro de su época y movimiento literario.
Y nuevamente nuestras seguidoras han dado muestra de su gran competencia literaria, acercándose mucho al pleno o incluso dando de lleno en él. Y así, San BG, Patricia San Román, Eva López Santuy y Amaya G. Arregui señalan acertadamente rasgos temáticos y formales y sitúan el texto en su época y movimiento. María Pilar Carbonero Muñoz señala la época del texto y aventura acertadamente la autoría. Por su parte, Cris AlRío y Lidia Parra González argumentan muy bien tanto temática como estilísticamente su apuesta por la época, el movimiento e incluso la autora. Y Marisa Márquez Marín hace pleno, al señalar cuál es el texto elegido para esta semana. ¡Enhorabuena a todas ellas y ojalá que el día D tengan la misma fortuna!
Y es que, efectivamente, se trataba del inicio de “Feminista”, perteneciente al libro de cuentos Sud-exprés (Cuentos actuales) (1909) de la condesa de Pardo Bazán (1851-1921), a mi juicio, la mejor escritora de la historia de la literatura española. Elegimos este brevísimo y delicioso relato (cuya lectura completa recomendamos) por su fina ironía y elegimos este fragmento por poseer los rasgos estilísticos que muy bien han señalado nuestras seguidoras.
Y nada más por hoy.
Saludos y ánimo, sobre todo para los valencianos y castellano manchegos, cuya tragedia no olvidamos.
Fue en el balneario de Aguasacras donde hice conocimiento con aquel matrimonio: el marido, de chinchoso y displicente carácter, arrastrando el incurable padecimiento que dos años después le llevó al sepulcro; la mujer, bonitilla, con cara de resignación alegre, cuidándole solícita, siempre atenta a esos caprichos de los enfermos, que son la venganza que toman de los sanos.
Conservaba, no obstante, el valetudinario la energía suficiente para discutir, con irritación sorda y pesimismo acerbo, sobre todo lo humano y lo divino, desarrollando teorías de cerrada intransigencia. Su modo de pensar era entre inquisitorial y jacobino, mezcla más frecuente de lo que se pudiera suponer, aquí donde los extremos no sólo se han tocado, sino que han solido fusionarse en extraña amalgama. Han sido generalmente prendas raras entre nosotros la flexibilidad y delicadeza de espíritu, engendradoras de la amable tolerancia, y nuestro recio y chirriante disputar en cafés, círculos, reuniones, plazuelas y tabernas lo demostraría, si otros signos del orden histórico no bastasen.
El enfermo a que me refiero no dejaba cosa a vida. Rara era la persona a quien no juzgaba durísimamente. Los tiempos eran fatídicos y la relajación de las costumbres horripilantes. En los hogares reinaba la anarquía, porque, perdido el principio de autoridad, la mujer ya no sabe ser esposa, ni el hombre ejerce sus prerrogativas de marido y padre. Las ideas modernas disolvían, y la aristocracia, por su parte, contribuía al escándalo. Hasta que se zurciesen muchos calcetines no cabía salvación. La blandenguería de los varones explicaba el descoco y garrulería de las hembras, las cuales tenían puesto en olvido que ellas nacieron para cumplir deberes, amamantar a sus hijos y espumar el puchero. Habiendo yo notado que al hallarme presente arreciaba en sus predicaciones el buen señor, adopté el sistema de darle la razón para que no se exaltase demasiado.
No sé qué me llamaba más la atención, si la intemperancia de la eterna acometividad verbal del marido, o la sonrisilla silenciosa y enigmática de la consorte. Ya he dicho que era ésta de rostro agraciado, pequeño de estatura, delgada, de negrísimos ojos, y su cuerpo revelaba esa contextura acerada y menuda que promete longevidad y hace las viejecitas secas y sanas como pasas azucarosas. Generalmente, su presencia, una ojeada suya, cortaban en firme las diatribas y catilinarias del marido. No era necesario que murmurase:
-No te sofoques, Nicolás; ya sabes que lo ha dicho el médico…