Terminamos otra semana de duro trabajo. Son muchos los esfuerzos y escaso el tiempo. Pero todo lo sacaremos adelante con tesón e ilusión. Y una pequeña parte de esa ilusión consiste precisamente en reconocer el texto que nos pueda caer el día de la prueba. Justamente en anticipar esa alegría consiste nuestro ¡Ponte a prueba!, el amable reto con el que desde 2015 acompañamos a las esforzadas y nobles personas que preparan la prueba más difícil de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura, la del comentario de texto. Como siempre, nuestro acertijo está abierto a todos aquellos que aman nuestra lengua común y transoceánica y su grandiosa literatura.
La propuesta de la semana: un autor que ya ha aparecido
Y de ese impresionante acervo que conforma la literatura española hemos extraído hoy un texto que perfectamente podría aparecer en las oposiciones, pues su autor es una figura recurrente que ha tenido presencia incluso en los últimos años. Vista la gran competencia literaria de nuestros seguidores, hemos optado por no incluir ningún nombre de personajes de la obra para hacerlo un poco más complicado, como ocurre en algunas ocasiones en las oposiciones de Lengua. Como cada semana, debemos reconocer el texto y su autoría; pero si no pudiéramos, bastará con indicar la época, el movimiento literario y el género del texto de forma razonada. Con esos mimbres ya se puede hacer un gran comentario.
¿Por qué y cómo participar en el Ponte a prueba?
Por tanto, el ¡Ponte a prueba! es un buen compañero de travesía porque su lectura nos permite extraer pequeñas enseñanzas que aumenten nuestra competencia literaria de cara a la prueba de las oposiciones de Lengua. Pero, además participar públicamente es es mejor porque la exposición pública aumenta nuestra implicación emocional y nos permite anticipar las sensaciones a las que nos enfrentaremos el día de la prueba real. Participar es bueno porque nos permite anticipar las sensaciones que viviremos el día D cuando nos enfrentemos a la prueba real. Al hacerlo mediante un comentario os acercaremos más a esta sensación al implicarnos más emocionalmente. Como siempre, podemos participar hasta el domingo por la noche en la página de Facebook de opolengua.com, La única regla es usar simplemente nuestra competencia literaria; sin emplear internet. Nosotros publicaremos el lunes la solución del acertijo y la lista de acertantes.
Y nada más por hoy. Nuestro recuerdo a las víctimas de Valencia y sus familiares. Saludos y ánimo.
El médico de la sala estaba en lo cierto. El nuevo interno no llevaba el camino de ser un clínico; le interesaban los aspectos psicológicos de las cosas; quería investigar qué hacían las hermanas de la Caridad, si tenían o no vocación; sentía curiosidad por saber la organización del hospital y averiguar por dónde se filtraba el dinero consignado por la Diputación.
La inmoralidad dominaba dentro del vetusto edificio. Desde los administradores de la Diputación provincial hasta una sociedad de internos que vendía la quinina del hospital en las boticas de la calle de Atocha, había seguramente todas las formas de la filtración. En las guardias, los internos y los señores capellanes se dedicaban a jugar al monte, y en el Arsenal funcionaba casi constantemente una timba en la que la postura menor era una perra gorda.
Los médicos, entre los que había algunos muy chulos; los curas, que no lo eran menos, y los internos, se pasaban la noche tirando de la oreja a Jorge.
Los señores capellanes se jugaban las pestañas; uno de ellos era un hombrecito bajito, cínico y rubio, que había llegado a olvidar sus estudios de cura y adquirido afición por la medicina. Como la carrera de médico era demasiado larga para él, se iba a examinar de ministrante, y si podía, pensaba abandonar definitivamente los hábitos.
El otro cura era un mozo bravío, alto, fuerte, de facciones enérgicas. Hablaba de una manera terminante y despótica; solía contar con gracejo historias verdes, que provocaban bárbaros comentarios.
Si alguna persona devota le reprochaba la inconveniencia de sus palabras, el cura cambiaba de voz y de gesto, y con una marcada hipocresía, tomando un tonillo de falsa unción, que no cuadraba bien con su cara morena y con la expresión de sus ojos negros y atrevidos, afirmaba que la religión nada tenía que ver con los vicios de sus indignos sacerdotes.
Algunos internos que le conocían desde hacía algún tiempo y le hablaban de tú, le llamaban Lagartijo, porque se parecía algo a este célebre torero.
—Oye, tú, Lagartijo —le decían.
—Qué más quisiera yo —replicaba el cura— que cambiar la estola por una muleta, y en vez de ayudar a bien morir ponerme a matar toros.