Nuevamente es lunes. Las oposiciones de Lengua se acercan a ritmo vertiginoso y hay que poner los motores al máximo para afrontar las pruebas. Se han entregado ya las programaciones en Andalucía y varias comunidades han anunciado plazos muy cercanos, por lo que ese elemento hay que finiquitarlo con rapidez para volcarnos en el temario y los comentarios. Justamente la preparación de la temida prueba del comentario fue la que nos inspiró en 2015 para crear este reto que pretende desde entonces acompañar a las nobles y esforzadas personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
El pasado viernes planteamos un texto del que subrayamos la posibilidad de que apareciera en las oposiciones, pues su autor lo ha hecho en sucesivas ocasiones. Y aunque por su temática hoy este texto no sea muy políticamente correcto, la importancia de su autor es tal que resulta conveniente asomarse a toda su obra para que ningún apartado nos pille por sorpresa.
Lo cierto es que nuestras seguidoras han vuelto a mostrar su bagaje literario y han reconocido masivamente el fragmento, en la página de Facebook de opolengua.com señalando con acierto la obra y su autoría y aportando interesantes y correctos apuntes en sus comentarios.
Y así, nuestras queridas seguidoras destacadas San BG, Cris AlRío, Eva López Santuy, Laura Alacid Aranda, Mari Ángeles Bermejo, Lidia Parra González y nuestras también queridas María Pilar Carbonero Muñoz, Elena García y Luisa Vera han hecho pleno al señalar la obra y el autor. ¡Enhorabuena a todas ellas y ojalá que tengan el día D esa misma fortuna!
Y es que, efectivamente, se trataba de un fragmento de la segunda secuencia (“La sangre derramada”) del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, (1935) de Federico García Lorca (1898-1936), una obra llena de emoción y belleza, que nos sigue conmoviendo casi cien años después.
Y nada más por hoy. Nuestro recuerdo a las víctimas de Valencia y sus familiares. Saludos y ánimo.
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!