Ya vamos finalizando noviembre. Y se van anunciando convocatorias, las inminentes serán las de Castilla y León, así que hay que seguir con fuerza en la preparación. Y a eso nos aprestamos esta semana en primer lugar con la publicación de la solución y la relación de acertantes de nuestro ¡Ponte a prueba!, el acertijo con el que acompañamos a las valientes y anegadas personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba más temida, la de comentario de texto.
Ya avisábamos el viernes de que se trataba tanto de una autora como de un género que en los últimos años ha aparecido en varias ocasiones en las oposiciones de Lengua y, por ello, puede volver a hacerlo. Y como siempre, nuestros seguidores han mostrado su competencia literaria.
Y así, en nuestra página de Facebook, Lauri Chp acierta con la autora y tanto María Pilar Carbonero Muñoz, como nuestras seguidoras destacadas Eva López Santuy y Mariángeles Bermejo señalan además su género discursivo. Finalmente, nuestra seguidora destacada Laura Alacid Aranda hace pleno, pues indica exactamente de qué discurso se trata. Hay además en los comentarios de nuestras seguidoras, como siempre, importantes informaciones. Así que ¡enhorabuena a todas ellas y ojalá que el día D tengan la misma fortuna!
Y es que, efectivamente, se trataba del discurso que dio Ana María Matute el 23 de abril de 2011 al recibir el premio Cervantes 2010 de manos del todavía rey don Juan Carlos. En el fragmento elegido se habla de la dureza de los cuentos de hadas y se refiere de forma delicada a la violencia que ella vio de niña durante la guerra civil ejercida por ambos bandos al aludir tanto a los miles de asesinatos ejercidos por los milicianos republicanos en la retaguardia de Barcelona como a los bombardeos de la aviación del bando nacional.
Y nada más por hoy.
Saludos y ánimo.
Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas —que, por cierto, no fueron escritos para niños, sino que obedecen a una tradición oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm, Perrault y Andersen, y en España, donde tanta falta hacía, por el gran Antonio Almodóvar, llamado «el tercer hermano Grimm»—, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política más o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no sólo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco? Yo recuerdo aquellos días en Sitges, hace años, cuando algunas tardes de otoño venía a mi casa un tropel de niños y, junto al fuego —como está mandado—, oían embelesados repetir por enésima vez las palabras mágicas: «Érase una vez…» y habían dejado la televisión para escucharlas.
Yo no había cumplido los once años cuando estalló la Guerra Civil española. Unos niños acostumbrados a no salir de casa si no era acompañados por sus padres o la niñera nos vimos haciendo interminables colas para conseguir pan o patatas. No es raro, pues, que yo me permitiera, años más tarde, definir esa generación a la que pertenezco como la de «los niños asombrados». Porque nadie nos había consultado en qué lado debíamos situarnos. Nadie nos había informado de nada y nos encontramos formando parte de un lado o de otro, tal y como me confesó un día Jaime Salinas. Yo, ahora, sólo recuerdo que el mundo se había vuelto del revés, que por primera vez vi la muerte, cara a cara, en toda su devastadora magnitud; no condensada, como hasta aquel momento, en unas palabras —«el abuelito se ha ido y no volverá…»—, sino a través de la visión, en un descampado, de un hombre asesinado. Y conocimos el terror más indefenso: el de los bombardeos. Y aquellos cuentos, aquellas historias «impropias para niños», añadieron en su ruta interna de niña asombrada un aprendizaje. Atroz. Mucho más atroz que los cuentos de hadas.





