Ya es viernes de nuevo. La vida sigue, aunque para muchas personas, levantarse cada mañana en estos días se convierte en una tarea hercúlea: tal es el esfuerzo que se le exige para comer, beber y tratar de volver a la normalidad. No podemos olvidarlos. Y por eso hoy, nuestro reto, como ha ocurrido en otras ocasiones, quiere recordar su situación y acompañarlos en la medida de lo posible. De ahí la donación de 2000 € que hemos realizado desde Opolengua este miércoles.
Pero decía que hoy es viernes y desde 2015 mantenemos una cita semanal con aquellas valientes y tenaces personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba más temida y exigente: la del comentario de texto. Como siempre, el amable reto está abierto a quienes se comunican en español y aman nuestra literatura.
La propuesta de la semana: un texto posible y necesario
Hoy traemos un texto que en su día fue un gran éxito de ventas y que, por su autoría, bien podría aparecer en las oposiciones este mismo año. Es además, un homenaje a esa tierra que se ha llevado la peor parte de la gota fría (que desde hace escasos años denominan con el acróstico “DANA”, no sabemos bien por qué). Como curiosidad: hemos respetado la ortografía del original. Como cada viernes se trata de reconocer obra, autoría e incluso situar el fragmento dentro de la misma. Pero nunca nos cansaremos de insistir en que lo fundamental es explicar la forma y el contenido del texto y adscribirlo razonadamente a una época, movimiento y género literario.
¿Por qué y cómo participar en el Ponte a prueba?
Es mejor participar públicamente que pensar la solución, porque la exposición ante los demás eleva la implicación emocional con el reto y nos sitúa un escalón más cerca de lo que será el día D. Es muy fácil hacerlo: tan solo hay que escribir un comentario en la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. Solo hay una norma: usar internet ni otros medios para dar con la solución. Es decir, debemos enfrentarnos al texto en las mismas condiciones que tendremos el día D. Nosotros publicaremos el lunes la solución del acertijo y la lista de acertantes.
Y nada más por hoy. Feliz fin de semana. Un fuerte abrazo para las víctimas de esta tragedia y nuestras condolencias para quienes han perdido a sus familiares. Saludos y ánimo.
Como todas las tardes, la barca-correo anunció su llegada al Palmar con varios toques de bocina. El barquero, un hombrecillo enjuto, con una oreja amputada, iba de puerta en puerta, recibiendo encargos para Valencia, y al llegar á los espacios abiertos en la única calle del pueblo, soplaba de nuevo en la bocina para avisar su presencia á las barracas desparramadas en el borde del canal. Una nube de chicuelos casi desnudos, seguía al barquero con cierta admiración. Les infundía respeto el hombre que cruzaba la Albufera cuatro veces al día, llevándose á Valencia, la mejor pesca del lago y trayendo de allá los mil objetos de una ciudad misteriosa y fantástica para aquellos chiquitines criados en una isla de cañas y barro.
De la taberna de Cañamel, que era el primer establecimiento del Palmar, salía un grupo de segadores con el saco al hombro en busca de la barca para regresar á sus tierras. Afluían las mujeres al canal, semejante á una calle de Venecia, con las márgenes cubiertas de barracas y viveros donde los pescadores guardaban las anguilas.
En el agua muerta, de una brillantez de estaño, permanecía inmóvil la barca-correo: un gran ataúd, cargado de personas y paquetes, con la borda casi á flor de agua. La vela triangular con remiendo obscuros, estaba rematada por un guiñapo, incoloro, que en otros tiempos había sido una bandera española y delataba el carácter oficial de la vieja embarcación.
Un hedor insoportable se esparcía en torno de la barca. Sus tablas se habían impregnado del tufo de los cestos de anguilas y de la suciedad de centenares de pasajeros: una mezcla nauseabunda de pieles gelatinosas, escamas de pez criado en el barro, pies sucios y ropas mugrientas, que con su roce habían acabado por pulir y abrillantar los asientos de la barca.
Los pasajeros, segadores en su mayoría, que venían del Perelló, último confín de la Albufera lindante con el mar, cantaban á gritos pidiendo al barquero que partiese cuanto antes. ¡Ya estaba llena la barca! ¡No cabía más gente!
Así era; pero el hombrecillo, volviendo hacia ellos el informe muñón de su oreja cortada como para no oírles, esparcía lentamente por la barca las cestas y los sacos que las mujeres le entregaban desde la orilla. Cada uno de los objetos provocaba nuevas protestas; los pasajeros se estrechaban o cambiaban de sitio, y los del Palmar que entraban en la barca recibían con reflexiones evangélicas la rociada de injurias de los que ya estaban acomodados. ¡Un poco de paciencia! ¡Tanto sitio que encontrasen en el cielo!…