Comienza el último mes del año 2025. Hoy es 1 de diciembre de 2025. Para nosotros es el inicio de una nueva semana de preparación en la que queremos preparar un nuevo vídeo del tema 11. Y además, es lunes y por ello es el día en que publicamos la solución de nuestro reto ¡Ponte a prueba!, el acertijo con el que acompañamos desde 2015 el esfuerzo noble y abnegado de los opositores que preparan la siempre temida prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
La obra elegida esta semana era un verdadero clásico de la literatura española. Para mí, la mejor novela en español del siglo XIX y una de las mejores de ese periodo de la literatura universal. Yo le tengo gran aprecio y recuerdo con cariño que en mi primer año como profesor de 3º de BUP, allá por 1994, cuando todavía había libertad en los centros, yo dedique treinta sesiones de clase a esta novela, donde comentábamos cada día un capítulo de la misma. Eso hoy a quien me lea le resultará ciencia ficción. Pero entonces existía una asignatura que se llamaba Literatura y que en 3º de BUP tenía cuatro horas semanales y un alumnado con predisposición a estudiar y a leer.
Y, por supuesto, nuestro nutrido grupo de seguidoras han demostrado nuevamente en nuestra página en Facebook su competencia literaria. Y así, nuestra seguidora destacada Mariángeles Bermejo ha indicado obra y autor. También nuestras amigas Sara Lorenzo, Lauri Chp y María Pilar Carbonero Muñoz y nuestras seguidoras destacadas como Cris AlRío. Lidia Parra González, Eva López Santuy y Laura Alacid Aranda han hecho pleno, pues han situado acertadamente, haciendo oportunos comentarios, el texto dentro de la obra. Precisamente a esto nos referíamos con situar funcionalmente el fragmento. Yo recomendaría añadir también que pertenece a la segunda parte de la obra e incluir la palabra “desenlace” en nuestra localización.
Así pues, nuestra más cordial enhorabuena a todos ellas y ojalá que en la prueba de las oposiciones de Lengua tengan la misma suerte.
Y es que efectivamente se trataba de un fragmento del capítulo XXIX (penúltimo) de esta precisa y genial maquinaria de relojería que es La regenta (1884) de Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901). Como han indicado nuestras amigas se trata del episodio que da lugar al duelo en el que (muy simbólicamente) Quintanar será herido precisamente en la vejiga, muy cerca de la parte del cuerpo que no había ejercitado con su joven esposa.
Y nada más por hoy. Feliz semana de estudio.
Saludos y ánimo. ¡A por la plaza!
Llegó Quintanar al cenador que era el lugar de cita… ¡Cosa más rara! Frígilis no estaba allí. ¿Andaría por el parque?… Se echó la escopeta al hombro, y salió de la glorieta.
En aquel momento el reloj de la catedral, como si bostezara dio tres campanadas.
Don Víctor se detuvo pensativo, apoyó la culata de su escopeta en la arena húmeda del sendero y exclamó:
-¡Me lo han adelantado! ¿Pero quién? ¿Son las ocho menos cuarto o las siete menos cuarto? ¡Esta obscuridad!…
Sin saber por qué sintió una angustia extraña, «también él tenía nervios, por lo visto». Sin comprender la causa, le preocupaba y le molestaba mucho aquella incertidumbre. «¿Qué incertidumbre? Estaba antes obcecado; aquella luz no podía ser la de las ocho, eran las siete menos cuarto, aquello era el crepúsculo matutino, ahora estaba seguro… Pero entonces ¿quién le había adelantado el despertador más de una hora? ¿Quién y para qué? Y sobre todo, ¿por qué este accidente sin importancia le llegaba tan adentro? ¿qué presentía? ¿por qué creía que iba a ponerse malo?…».
Había echado a andar otra vez; iba en dirección a la casa, que se veía entre las ramas deshojadas de los árboles, apiñados por aquella parte. Oyó un ruido que le pareció el de un balcón que abrían con cautela; dio dos pasos más entre los troncos que le impedían saber qué era aquello, y al fin vio que cerraban un balcón de su casa y que un hombre que parecía muy largo se descolgaba, sujeto a las barras y buscando con los pies la reja de una ventana del piso bajo para apoyarse en ella y después saltar sobre un montón de tierra.
«El balcón era el de Anita».
El hombre se embozó en una capa de vueltas de grana y esquivando la arena de los senderos, saltando de uno a otro cuadro de flores, y corriendo después sobre el césped a brincos, llegó a la muralla, a la esquina que daba a la calleja de Traslacerca; de un salto se puso sobre una pipa medio podrida que estaba allá arrinconada, y haciendo escala de unos restos de palos de espaldar clavados entre la piedra, llegó, gracias a unas piernas muy largas, a verse a caballo sobre el muro.
Don Víctor le había seguido de lejos, entre los árboles; había levantado el gatillo de la escopeta sin pensar en ello, por instinto, como en la caza, pero no había apuntado al fugitivo. «Antes quería conocerle». No se contentaba con adivinarle.
A pesar de la escasa luz del crepúsculo, cuando aquel hombre estuvo a caballo en la tapia, el dueño del parque ya no pudo dudar.
«¡Es Álvaro!» pensó don Víctor, y se echó el arma a la cara.





