Mañana es el Súper Día D, pues se celebra la primera prueba de las oposiciones de Lengua en varias comunidades autónomas. Nuestro corazón y nuestros mejores deseos viajarán mañana a todos los rincones de España acompañando a quienes tanto se han esforzado durante este curso, dejándose su tiempo, que es su vida, tras la ilusión de obtener una plaza que haga realidad su sueño de ser docente de Lengua Castellana y Literatura. Para nosotros es un tremendo orgullo haber ayudado a personas así, sacrificadas y nobles, pues comprendemos su aportación imprescindible a la sociedad.
Pero para nosotros también es viernes, el último de este curso en el que publicaremos nuestro acertijo, este ¡Ponte a prueba!, que es un reto con el que acompañamos a los opositores de Lengua Castellana y Literatura desde 2015, para ilustrar cómo puede ser la temida prueba del comentario de texto. Sin embargo, el acertijo está abierto a quienes aman nuestra bella lengua y su literatura inmortal. De hecho, siempre hay aportaciones de personas que no están opositando.
La propuesta de la semana: un texto posible
Hoy planteamos, como siempre, un texto que pudiera ser elegido para la prueba y, de hecho, su autor es un clásico en las convocatorias de oposiciones de Lengua. Pero a la vez, su protagonista se despierta a un día decisivo para él, de la misma manera que mañana nosotros nos enfrentaremos al nuestro. Estoy seguro de que lo vamos a hacer muy bien, poniendo en la prueba todo lo aprendido durante este curso. Como siempre, el objetivo del reto es reconocer el texto y su autoría, incluso situándolo dentro de su obra. Pero teniendo claro también que, si ello no es posible, siempre podremos construir un buen comentario de texto argumentando su adscripción a una época, movimiento y género literario.
¿Por qué y cómo participar en el Ponte a prueba?
Es muy bueno hacerlo para anticipar lo que podrás sentir durante el día D. Y es fácil: se trata tan solo de escribir un comentario en la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. Lógicamente, la única norma es no usar internet, pues en la prueba solo nos valdremos de nuestra competencia literaria. Nosotros publicaremos el lunes la solución del acertijo y la lista de acertantes.
Y nada más por hoy. Mucha suerte para mañana a quienes se presenten. Saludos y ánimo
En torno a Daniel, el Mochuelo, se hacía la luz de un modo imperceptible. Se borraban las estrellas del cuadrado de cielo delimitado por el marco de la ventana y sobre el fondo blanquecino del firmamento la cumbre del Pico Rando comenzaba a verdear. Al mismo tiempo, los mirlos, los ruiseñores, los verderones y los rendajos iniciaban sus melodiosos conciertos matutinos entre la maleza. Las cosas adquirían precisión en derredor; definían, paulatinamente, sus volúmenes, sus tonalidades y sus contrastes. El valle despertaba al nuevo día con una fruición aromática y vegetal. Los olores se intensificaban, cobraban densidad y consistencia en la atmósfera circundante, reposada y queda.
Entonces se dio cuenta Daniel, el Mochuelo, de que no había pegado un ojo en toda la noche. De que la pequeña y próxima historia del valle se reconstruía en su mente con un sorprendente lujo de pormenores. Lanzó su mirada a través de la ventana y la posó en la bravía y aguda cresta del Pico Rando. Sintió entonces que la vitalidad del valle le penetraba desordenada e íntegra y que él entregaba la suya al valle en un vehemente deseo de fusión, de compenetración íntima y total. Se daban uno al otro en un enfervorizado anhelo de mutua protección, y Daniel, el Mochuelo, comprendía que dos cosas no deben separarse nunca cuando han logrado hacerse la una al modo y medida de la otra.
No obstante, el convencimiento de una inmediata separación le desasosegaba, aliviando la fatiga de sus párpados. Dentro de dos horas, quizá menos, él diría adiós al valle, se subiría en un tren y escaparía a la ciudad lejana para empezar a progresar. Y sentía que su marcha hubiera de hacerse ahora, precisamente ahora que el valle se endulzaba con la suave melancolía del otoño y que a Cuco, el factor, acaban de uniformarle con una espléndida gorra roja. Los grandes cambios rara vez resultan oportunos y consecuentes con nuestro particular estado de ánimo.