Hoy es lunes. El primer lunes de mayo. El tiempo que huye inexorablemente nos conduce a las oposiciones de Lengua a gran velocidad. Pronto serán las pruebas. Así que esta semana hay que aprovecharla a tope y nada mejor que comenzarla con fuerza, con la publicación de la solución de nuestro ¡Ponte a prueba!, el amable y útil reto con el que queremos ayudar desde 2015 a esas abnegadas y valerosas personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su más temida y decisiva prueba, la del comentario de texto.
Como siempre, nuestra página de Facebook ha registrado un gran número de comentarios que han dado datos y argumentos importantes para almacenar en nuestra memoria y usar si es el caso. Y es que nuestros participantes siempre demuestran (y así ha sido una vez más) su competencia literaria y su capacidad para afrontar la difícil prueba.
Y así nuestras seguidoras destacadas Laura Alacid Aranda, San BG, Lidia Parra González, Eva López Santuy, Lydia P García, Cris AlRío y MariÁngeles Bermejo han señalado acertadamente la autoría y la obra de la que hemos extraído el texto dando además una serie de argumentos y datos que deben ser tenidos muy en cuenta si nos cae la obra en el examen real. También lo han hecho así nuestros queridos seguidores Luisa Vera, María Pilar Carbonero Muñoz, Rafael Robledo Simón y Elena García. ¡Enhorabuena a todos ellos y ojalá que el día D tengan la misma fortuna!
Y es que, efectivamente, se trataba de un nuevo homenaje en la página, en este caso al pueblo de Madrid, que es el de España, en su fiesta más importante. Y por ello (y porque su autor es un habitual en las oposiciones de Lengua que no podemos perder de vista) hemos seleccionado fragmento del capítulo XXVI de El 19 de marzo y el 2 de mayo (1873) de Benito Pérez Galdós (1843-1920) que se corresponde con el levantamiento popular contra los franceses del 2 de mayo de 1808. En el fragmento, tal y como han indicado nuestros seguidores aparecen numerosos rasgos del realismo galdosiano y además el nombre (que debe ser inolvidable para un opositor) del protagonista de su primera serie a la cual pertenece esta obra, como bien han señalado nuestros queridos amigos.
Y nada más por hoy. Nuestro recuerdo a las víctimas de Valencia y sus familiares. Saludos y ánimo.
El amolador se volvió hacia mí y me dijo:
-Gabrielillo, ¿qué haces con ese fusil? ¿Lo tienes en la mano para escarbarte los dientes?
En efecto, yo tenía en mis manos un fusil sin que hasta aquel instante me hubiese dado cuenta de ello. ¿Me lo habían dado? ¿Lo tomé yo? Lo más probable es que lo recogí maquinalmente, hallándose cercano al lugar de la lucha, y cuando caía sin duda de manos de algún combatiente herido; pero mi turbación y estupor eran tan grandes ante aquella escena, que ni aun acertaba a hacerme cargo de lo que tenía entre las manos.
-¿Pa qué está aquí esa lombriz? -dijo la Primorosa encarándose conmigo y dándome en el hombro una fuerte manotada-. Descosío: coge ese fusil con más garbo. ¿Tienes en la mano un cirio de procesión?
-Vamos: aquí no hay nada que hacer -afirmó Chinitas, encaminándose con sus compañeros hacia la Puerta del Sol.
Echeme el fusil al hombro y les seguí. La Primorosa seguía burlándose de mi poca aptitud para el manejo de las armas de fuego.
-¿Se acabaron los franceses? -dijo una maja mirando a todos lados-. ¿Se han acabado?
-No hemos dejado uno pa simiente de rábanos -contestó la Primorosa-. ¡Viva España y el Rey Fernando!
En efecto, no se veía ningún francés en toda la calle Mayor; pero no distábamos mucho de las gradas de San Felipe, cuando sentimos ruido de tambores, después ruido de cornetas, después pisadas de caballos, después estruendo de cureñas rodando con precipitación. El drama no había empezado todavía realmente. Nos detuvimos, y advertí que los paisanos se miraban unos a otros, consultándose mudamente sobre la importancia de las fuerzas ya cercanas. Aquellos infelices madrileños habían sostenido una lucha terrible con los soldados que encontraron al paso, y no contaban con las formidables divisiones y cuerpos de ejército que se acampaban en las cercanías de Madrid. No habían medido los alcances y las consecuencias de su calaverada, ni aunque los midieran, habrían retrocedido en aquel movimiento impremeditado y sublime que les impulsó a rechazar fuerzas tan superiores. Había llegado el momento de que los paisanos de la calle Mayor pudieran contar el número de armas que apuntaban a sus pechos, porque por la calle de la Montera apareció un cuerpo de ejército, por la de Carretas otro, y por la Carrera de San Jerónimo el tercero, que era el más formidable.
-¿Son muchos? -preguntó la Primorosa.
-Muchísimos, y también vienen por esta calle. Allá por Platerías se siente ruido de tambores.
Frente a nosotros y a nuestra espalda teníamos a los infantes, a los jinetes y a los artilleros de Austerlitz. Viéndoles, la Primorosa reía; pero yo… no puedo menos de confesarlo… yo temblaba.