Hoy es lunes y comenzamos otra semana de trabajo con la solución de nuestro ¡Ponte a prueba!, el amable reto con el que queremos ayudar a las valientes y voluntariosas personas que preparan la prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
Como siempre, recomendamos a nuestros seguidores seguir el reto en nuestra página de Facebook, pues la lectura de los comentarios nos puede enseñar muchas cosas útiles sobre géneros, etapas del español o autores. En esta ocasión y a pesar de la dificultad el texto, nuestros participantes han mostrado de nuevo su competencia literaria.
Y así Cristina Olea García ha señalado acertadamente el género y la época a la que el texto pertenece. Nuestra seguidora destacada Eva López Santuy lo sitúa dentro de la literatura hispanoamericana del siglo XX y Mari Ángeles Bermejo, María Pilar Carbonero Muñoz y Lidia Parra González aciertan de pleno al señalar su autoría. ¡Enhorabuena a todos ellas y ojalá que el día D tengan la misma fortuna!
Y es que, efectivamente, se trataba del magnífico micro-relato “Los dos reyes y los dos laberintos” incluido en El Aleph (1949) de Jorge Luis Borges (1899-1986), que es uno de los grandes escritores del siglo XX y cuya obra ha sido seleccionada en algunas ocasiones en las pruebas de la oposición, por lo que es pertinente conocerla.
Y nada más por hoy. Feliz semana de estudio.
Saludos y ánimo.
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: «¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso.»
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquél que no muere.