Continuamos esta semana con el relato autobiográfico de mis aventuras hasta que obtuve la plaza de profesor en las oposiciones de Lengua castellana y literatura del año 1998. Ya remarcamos en las dos entradas anteriores las condiciones que considero que debe atesorar un opositor para obtener el éxito y mis desventuras en la oposición de aquel año en Madrid, con filtración del ejercicio práctico incluida.
Hoy vamos a centrarnos en el desarrollo de las oposiciones en Andalucía. Yo entregué mi instancia en una pequeña oficina que tenía entonces la Junta en Madrid (creo que en el Paseo de Recoletos) y elegí Córdoba porque me venía bien para acercarme algún día en el AVE si lo precisaba. En dos horitas podía plantarme a orillas del Guadalquivir. Me tocó el instituto Ángel de Saavedra, lo cual me pareció un buen presagio pues el Duque de Rivas me caía simpático. A la presentación del tribunal fui en coche. Lo primero fue buscar el hotel. Toda la ciudad estaba tomada por los opositores, pero conseguí una habitación en un hotel de una gran avenida a pocos minutos del instituto, en la última planta. Subí a la habitación y como venía vencido de sueño de los últimos días de estudio, tras comer, decidí echarme una siesta. Mala idea porque al despertar, era tardísimo y comprendí que me costaría mucho dormir por la noche. Efectivamente, entre mi tardío despertar y que mi habitación daba al cuarto del aire acondicionado de todo el hotel, no pegué ojo. Hacía aquella noche un calor terrible y el hotel puso el aire acondicionado a tope. Bajé a recepción a las seis de la mañana a quejarme y acabaron quitando el aire. Pero el mal ya estaba hecho. En dos horas me enfrentaba a un difícil ejercicio de comentario de cuatro horas. Yo estaba que no veía de sueño cuando llegué al tribunal. La primera noticia fue buena. Había en el tribunal 300 personas apuntadas y habían faltado muchísimas, sobre unas cincuenta. Y aunque solo había una plaza y todo parecía imposible, verse con cincuenta adversarios menos fue muy gratificante. Ir a un tribunal en el que solo hay una plaza es una tensión añadida. Porque dices… tengo que ser el mejor. El mejor de todos. Y soportar esa tensión no es sencillo. ¿Cómo no va a haber alguien mejor que yo? Pero también yo llevaba muchos años ya en este mundillo y siempre había estado arriba. ¿Por qué no iba a ser esta vez? Además, en Andalucía solo luchaba con las notas de las personas de mi tribunal. No era como en otros sitios, donde siendo el mejor de un tribunal, como se calificase bajo te ibas al garete (de hecho en Extremadura en 1994 había sido de los mejores con un miserable 7). Lo mismo me había ocurrido en 1994 en Madrid, cuando me quedé a 0’11 centésimas de la plaza por caer en un tribunal de notas más bajas. Aquí si uno era el número uno de su tribunal la plaza estaba segura.
Aquella mañana ya está fundida en el recuerdo con mi sudor y el calor sofocante que hacíe en aquel instituto. Una botella de agua, mucha gente en muchas clases diferentes y la pared verde que tenía ante mis ojos pues estaba literalmente sentado de cara a la pared. Más gente que en la guerra y todos con la mirada asustada, perdida. Y textos y palabras. Y el bolígrafo sudoroso y ganas de acabar e irme a Madrid. Cansancio. Sueño y mucha rabia por tener que hacer el examen en esas condiciones. Si por lo menos fuera solo volcar lo memorizado. Pero no, había que comentar y mostrar sensiblidad literaria y capacidad de análisis y redacción. La tensión hasta que salieron los textos. En el comentario filológico literario cayeron dos coplas de Las trescientas de Juan de Mena. Yo me alegré bastante y más cuando vi que podía comentar el texto perfectamente tanto en lo referente a su contenido claramente político (lo cual venía muy bien explicado en mi temario, el mismo que sigo utilizando con Opolengua.com) como en lo referente al estilo y estrofa. A pesar de que me sentía cansadísimo, me alegré porque vi que podía hacer m comentario y me apresté a ello. Tras esas dos horas y un brevísimo descanso, apareció el otro texto: el final de Cien años de soledad para hacer el comentario lingüístico. Me resultó un poco menos ilusionante porque además estaba seguro de que mientras que el Laberinto de Fortuna no habría sido reconocido por muchas personas, la novela de Márquez era fácilmente reconocible pues incluso se dice al final “cien años de soledad”. Hice un comentario que me pareció digno y acabé, derrotado, exhausto pero medianamente satisfecho. Aún así, miedo, como siempre. También había salido satisfecho en Madrid y sin embargo, no había obtenido más que un miserable cinco. Ahora ya tocaba esperar…
Y las notas no me decepcionaron. Creo que obtuve un 8,15 o un 6,96 porque en el certificado que acompaña este relato no consigné cuál era la nota del tema y cuál la del comentario pero sí que eran buenas notas y que me permitían luchar por la plaza. Pasamos al tema solamente unas veinte personas de las 250 que hicieron el primer ejercicio. ¡Menuda criba!
Del día del tema tengo un recuerdo nebuloso. Una clase amplia. Mucha luz. Lo primero que el presidente del tribunal anunció que finalmente, tras dejar desiertas algunas plazas del turno de minusvalía y del grupo B al A, el tribunal contaba con dos plazas. ¡Aleluya” Una sola plaza más en aquellos momentos era el maná en mitad del desierto. Ya solo quedábamos en aquella clase veinte personas. Había que eliminar a otras dieciocho. Había que hacer entonces dos temas: uno de la LOGSE de un temario de 14 y otro de los 72 temas que luego se han mantenido hasta hoy. Cayó el tema 23 y el tema 72 creo recordar. Yo estaba sentado muy cerca del tribunal y les oí decir con nitidez. “Ha caído el tema 23. Yo no tengo ni puta idea”. Y los otros miembros del tribunal dijeron lo mismo. Al oír esto, yo improvisé el tema 23 haciéndolo más ameno y sencillo con muchos ejemplos, como si fuera un “Muy interesante”. Y triunfé. Saqué un 8,14. Más de un punto por encima del siguiente. Al sumar las notas el día 22 de julio, sacaba al segundo del tribunal, Inmaculada Serrano Hernández, más de un punto y al tercero, Isabel Barba Roldán 1,98 puntos. Solo habíamos pasado diez a la encerrona y yo sería el último en hablar. La plaza podía ser mía.
Notas oposición Lengua y literatura 1998. Eduardo López Prieto