El texto de esta semana no ha tenido acertantes completos. Sí ha acertado el contenido del relato Medea, que ha indicado que se trataba de la historia de don Illán y el Dean de Santiago, ese famoso ejemplo del infante don Juan Manuel en el que se muestra la importancia del agradecimiento ante los favores recibidos. El autor del texto, sin embargo, no era el noble medieval español, sino el famosísimo autor escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) que a lo largo de su carrera recreó y empleo materiales narrativos de diferentes épocas dándoles su sello personal. Este cuento pertenece a la Historia universal de la infamia y fue titulado por Borges «El brujo postergado«. Más en concreto, este fragmento es el final del cuento antedicho. Un relato que yo he leído a mis alumnos en clase en muchas ocasiones y les ha gustado. Os animo a todos a que lo leáis y difundáis.
Por otro lado, Borges apareció en las oposiciones de este año, en Cantabria, cuando un texto suyo, un ensayo, fue empleado para el comentario. Esperemos que en esta nueva convocatoria, si aparece el escritor argentino, todos seamos capaces de reconocerlo.
A los cuatro años murió el Papa y el Cardenal fue elegido para el Papado por todos los demás. Cuando don Illán supo esto, besó los pies de Su Santidad, le recordó la antigua promesa y le pidió el Cardenalato para su hijo. El Papa lo amenazó con la cárcel, diciéndole que bien sabía él que no era más que un brujo y que en Toledo había sido profesor de artes mágicas. El miserable don Illán dijo que iba a volver a España y le pidió algo para comer durante el camino. El Papa no accedió. Entonces don Illán dijo con una voz sin temblor:
—Pues tendré que comerme las perdices que para esta noche encargué. —La sirvienta se presentó y don Illán le dijo que las asara. A estas palabras, el Papa volvió a hallarse en la celda subterránea, solamente deán de Santiago, y tan avergonzado de su ingratitud que no atinaba a disculparse. Don Illán dijo que bastaba con esa prueba, le negó su parte de las perdices y lo acompañó hasta la calle, donde le deseó feliz viaje y lo despidió con gran cortesía.