Saber para enseñar. De los buenos opositores salen buenos docentes.

Saber para enseñar. De los buenos opositores salen buenos docentes.

IES San Isidro. antiguo Colegio Imperial del Rey, donde estudió Quevedo. Foto de Eduardo L. Prieto

Una de las cuestiones más importantes para un opositor es tener claro para qué opositamos. Hay algunas personas que se equivocan al creer que opositan para tener un trabajo estable. Incluso hay personas sin escrúpulos, que opositan pensando en que podrán pasar toda su vida trabajando poco o nada, sin rendir cuentas, aprovechándose de su posición de funcionario. ¿Quién no se ha encontrado personas así en los institutos de España, vagos con la patente de corso de tener su plaza en propiedad?

Los buenos opositores son personas esenciales

En la Lista de Schindler (1993) de Spielberg hay una escena preciosa, cuando un profesor de Historia y Literatura es rechazado por los nazis y por tanto destinado a la muerte por no ser “trabajador esencial”. Pero Dios, por la acción de Isaak Stern, le salva de la muerte. Para los nazis un profesor no es un trabajador esencial, pero para Dios sí lo es.

El sistema público de enseñanza es la única garantía de igualdad entre todos los miembros de la sociedad española. Yo siempre les explico a mis alumnos que, solo gracias al sistema educativo público, todos (hombres y mujeres, ricos y pobres, ateos, judíos, cristianos o musulmanes) tenemos los mismos derechos y la oportunidad de situarnos socialmente de acuerdo con nuestros méritos y capacidades. Y el sistema educativo somos nosotros, los docentes.

Lo fundamental de un sistema educativo son los medios humanos

Digan lo que digan, lo fundamental en un sistema educativo no son los medios materiales, sino los medios humanos. Un buen docente, bien formado y motivado, sin más material que una pizarra y una tiza puede dar una magnífica clase de literatura y lengua, que motive a sus alumnos para querer leer más, a sentir la literatura y a desear escribir mejor. Sin medios. Pondré un ejemplo sencillo.

Yo acostumbro a iniciar a mis alumnos de 1º ESO en la lírica con Antonio Machado. Me parece el mejor poeta en español del siglo XX y su poesía clara, sincera y directa al corazón llega con facilidad a los niños de once o doce años. Más en concreto comienzo con su poema:

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. 
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. 
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. 
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

En este sencillo poema, escrito tras la muerte de Leonor, nos encontramos la esencia de la lírica: el sentimiento íntimo, la verdad, la métrica, los símbolos… No hace falta nada más para explicar la literatura. Estudiamos este poema detenidamente en un par de clases. Atendemos a la vida de Machado y a la muerte de su esposa. Resolvemos sus cuestiones temáticas y formales. Y luego, les animo yo a escribir un poema por sus propios medios con una simple palabra: escribid sobre algo que sintáis de verdad. Y ellos lo hacen. Y en esas dos clases está condensado el milagro de la creación poética.

De verdad que para transmitir ese inmenso legado no hace falta más medio que una tiza, una pizarra, un folio y un lápiz. El coste material es casi cero.

Pero lo que sí hace falta es lo esencial: la persona capaz de transmitir ese legado. La persona que conoce la literatura española hasta el punto de elegir los textos de forma adecuada (temas 42 a 70), la persona que sabe de los mecanismos básicos de la lírica (temas 36 y 38), la persona que es capaz de animar a sus alumnos a la creación literaria (tema 35). Y todo eso se aprende opositando. La persona que siente verdadero placer leyendo y es capaz de transmitirlo a los demás. No hay nada más contagioso que el entusiasmo.

Y necesitamos personas sabias y entusiasmadas con la literatura, no cómicos o magos efectistas, que confunden su clase con un circo. Seriedad, rigor, tolerancia y firmeza. Eso es un profesor. Y lo demás son cuentos.

Ojalá algún día las oposiciones sean capaces de discriminar efectiva y objetivamente a estas personas, porque su trabajo es esencial: cuidar de las nuevas generaciones pasándoles el testigo de la bondad, el saber y los conocimientos de la cultura occidental. De nosotros depende eso, Seamos dignos de nuestra misión.

Y eso comienza en nuestra manera de estudio. Nosotros no nos proponemos estudiar para aprobar, sino estudiar para saber y saber para enseñar, que son cosas muy diferentes. Queremos personas que tengan un bagaje de muchas lecturas, de muchos comentarios, de muchos temas dominados. Porque solo se puede transmitir lo que se sabe… Ojalá que las oposiciones algún día sean capaces de cortar el camino a todos aquellos que vienen a la educación a servirse y no a servir, a todos a los que no les gusta leer. Ojalá que se cierre el paso a todos los que no saben. Ojalá que las oposiciones descubran a los verdaderos trabajadores esenciales y ocurra como en la lista de Schindler, cuando la mano de Dios interviene para salvar de los nazis a aquellos que son verdaderamente esenciales: los buenos docentes.

Que a nadie le quepa la menor duda de que en Opolengua trabajamos por estas personas y por la mejora del sistema público de educación, en el que creemos firmemente.