Uno de los elementos que debemos incluir en nuestras programaciones por competencias son las rúbricas de evaluación. Se trata de un aspecto que ya veníamos trabajando de una manera u otra desde hace muchos años (yo todavía recuerdo las escalas de observaciones de los inicios de la LOGSE), pero que ahora cobran mayor protagonismo y sistematización.
Como sabéis, la rúbrica suele hacerse en forma de tabla indicando en cada una de las columnas el grado de desarrollo que un alumno ha alcanzado en un aspecto determinado de la evaluación. Deben ser útiles y para ello es imprescindible que sean precisas y que el evaluador no tarde mucho en «clasificar» al alumno en una casilla u otra pues de lo contrario, se convierten en instrumentos escasamente útiles. Ese ha sido el problema hasta ahora de muchos de los elementos que integran el «papeleo» del sistema educativo: se consideran un estorbo porque son lentos y farragosos. En la mayor parte de las Comunidades Autónomas están haciéndose con cuatro columnas en la que la A sería el mayor desempeño y la D el peor, que equivaldría al suspenso.
Desde al año pasado, hemos ido sistematizando ese proceso en Opolengua para hacerlo útil y preciso. De hecho en nuestro modelo de programación se incluyen algunas rúbricas de tipo general susceptibles de ser concretadas y desarrolladas por los opositores. Pero no es esta la cuestión sobre la que quiero incidir, sino sobre otra que me parece muy importante por lo que tiene como síntoma de la situación actual del sistema educativo y por la enorme responsabilidad social que supone para los profesores el hecho de tener que decidir quién puede y quién no puede obtener un título.
El caso es que en muchos de las programaciones que corrijo me encuentro con que en la columna C (que equivaldría al aprobado) aparecen formulados casos en los que el alumno sistemáticamente no alcanza los objetivos ni los estándares. Por ejemplo, «el alumno tiene errores ortográficos generalizados en el uso de las tildes», dejando para el suspenso formulaciones como «el alumno no pone tildes». Es decir, damos el aprobado a personas que deben ser suspendidas y suspendemos tan solo a alumnos que muestran una ortografía o conocimientos desastrosos.
Ayer trasncendió que el Gobierno de la nación piensa publicar un Real decreto que permitirá a los alumnos de ESO aprobar la etapa con hasta dos y tres asignaturas suspensas, volviendo así a la situación anterior a la publicación de la LOMCE; es decir, a la LOE. Esto supone en la práctica que el Gobierno deja, nuevamente, en manos de los docentes el futuro de la nación. Y los deja a los pies de los caballos de padres y alumnos. Dar el título a una persona que no ha aprobado todas las áreas es asumir que el título no es igual para todos y por tanto no es garantía de nada. Es imposible el ascenso social para los más humildes si la única herramienta de la que disponen para conseguirlo (el sistema educativo) no les permite diferenciarse de los demás. Si no se establecen diferencias en las calificaciones y los títulos (una diferencia que procede del esfuerzo y la capacidad) la sociedad seguirá sosteniendo las diferencias basadas en las clases sociales.
Así que hay una conclusión clara para mí en este sentido: cuando estamos haciendo las rúbricas para nuestra programación, estamos a la vez dando una lección ética y moral a quienes escuchen y luego «sufran» nuestra programación. En el lado de la C deben estar quienes cumplan con los estándares, los criterios y los objetivos. Quienes no lo hacen, deben estar en la columna D y deben ser suspendidos. Se puede hacer esto y explicar al tribunal que en primer lugar es lo que marca la ley por pura lógica y en segundo lugar es la garantía de que vamos a ayudar a los suspensos a mejorar, porque si a una persona que tiene frecuentes errores con las tildes le damos el aprobado, ¿qué razón va a tener para mejorar? ¿Acaso sus humildes padres en casa van a comprender que sin una ortografía buena verá sus puertas cerradas a cualquier puesto bueno del mercado de trabajo? Seguro que eso sí lo saben los hijos de personas preparadas, pero no los humildes. Si no los defendemos nosotros, ¿quién lo va a hacer?
Por otro lado, si hacemos esto, no solo convenceremos al tribunal, sino que estaremos seguros de estar cumpliendo con nuestra función social, que es la de favorecer el ascenso social de los más humildes y la igualdad entre todas las personas independientemente de su sexo, raza, clase social o religión.
Es una tarea tan hermosa como digna. No la enturbiemos, por favor. Hagamos nuestras rúbricas con dignidad, siendo conscientes de que un profesor es un ser esencial en el desarrollo de un país. ¿O acaso imaginamos a Machado aprobando a alumnos con faltas de ortografía?