Como todos los lunes publicamos la solución de nuestro“¡Ponte a prueba!” , el acertijo que sirve para comprobar nuestra competencia ante la prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua castellana y literatura.
El texto de hoy era efectivamente el famoso relato de Jorge Luis Borges, Emma Zunz, que el genial escritor argentino incluyó en su obra El Aleph (1949). En el relato, de una enorme intensidad, se nos narra una intriga que incluye el asesinato y la venganza ejecutadas con precisión y maestría cuyo final no desarrollaremos por no arruinar la lectura de quienes quieran acercarse y disfrutar de la misma.
Lo cierto es que ha habido un acertante en el acertijo, Joaquín Cantero Carvajal, que hizo pleno pues acertó obra y autor, por lo que hubiera contado con ventaja cierta al realizar el ejercicio en las oposiciones, el día D. ¡Enhorabuena y ojalá que tenga la misma suerte el día de la prueba!
Y nada más por hoy. Os deseamos una fructífera semana de estudio y os emplazamos para una nueva entrega de nuestro concurso el próximo viernes.
Saludos y ánimo.
Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando este, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampidos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación que había preparado (“He vengado a mi padre y no me podrán castigar…”), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender.