Ponte a prueba! 34/2019 Oposiciones de Lengua castellana y literatura

Ponte a prueba! 34/2019 Oposiciones de Lengua castellana y literatura

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El fin de semana del 22 de junio es la fecha de las oposiciones en Valencia, Galicia y Baleares y por eso nuevamente dedicamos la entrada de nuestro acertijo “¡Ponte a prueba!” de cada viernes (que sirve para comprobar la competencia literaria de los opositores ante la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua castellana y literatura) a un texto que podría aparecer en esas comunidades por pertenecer a escritores relacionados con las mismas. 

El texto que proponemos hoy es una obra bastante conocida y, por ello, el reto no ha de consistir tan solo en reconocerla, pues en unas oposiciones es previsible que algunas personas del tribunal lo harían, sino en demostrar nuestro dominio de la misma situando el fragmento dentro de la misma. Como siempre, las pruebas de las oposiciones son relativas donde importa no solo lo que escribimos nosotros, sino lo que escriben los demás. Si nadie acierta la obra, destacaremos con situarla dentro de la historia de la literatura en su época y movimiento; pero si varias personas aciertan el título, deberemos destacar haciendo algo más. Este podría ser el caso. 

Y nada más por hoy. Recordar simplemente que se puede participar en el acertijo escribiendo la solución como comentario hasta el domingo por la noche en la página de Facebook de Opolengua y que las soluciones se darán el lunes por la tarde.

Luisito tenía un gato viejo que le seguía, y que decía que era un brujo. El chico caricaturizaba a la gente que iba a la casa. Una vieja de Borbotó, un pueblo de al lado, era de las que mejor imitaba. Esta vieja vendía huevos y verduras, y decía: “¡Ous! ¡Figues!” Otro hombre reluciente y gordo, con un pañuelo en la cabeza, que a cada momento decía: ¿Sap?, era también de los modelos de Luisito. Entre los chicos de la calle había algunos que le preocupaban mucho. Uno de ellos era el Roch, el hijo del saludador, que vivía en un barrio de cuevas próximo. El Roch era un chiquillo audaz, pequeño, rubio desmedrado, sin dientes, con los ojos legañosos. Contaba cómo su padre hacía sus misteriosas curas, lo mismo en las personas que en los caballos, y hablaba de cómo había averiguado su poder curativo. El Roch sabía muchos procedimientos y brujerías para curar las insolaciones y conjurar los males de ojo que había oído en su casa. 

El Roch ayudaba a vivir a la familia, andaba siempre correteando con una cesta al brazo. 

—¿Ves estos caracoles? —le decía a Luisito—. Pues con estos caracoles y un poco de arroz comeremos todos en casa. 

—¿Dónde los has cogido? —le preguntaba Luisito. 

—En un sitio que yo sé —contestaba el Roch, que no quería comunicar sus secretos.

También en las cuevas vivían otros dos merodeadores, de unos catorce a quince años, amigos de Luisito: el Choriset y el Chitano. El Choriset era un troglodita, con el espíritu de un hombre primitivo. Su cabeza, su tipo, su expresión eran de un bereber. 

Andrés solía hacerle preguntas acerca de su vida y de sus ideas.
—Yo por un real mataría a un hombre —solía decir el Choriset, mostrando sus dientes blancos y brillantes. 

—Pero te cogerían y te llevarían a presidio.
—¡Ca! Me metería en una cueva que hay cerca de la mía, y me estaría allá.
—¿Y comer? ¿Cómo ibas a comer?
—Saldría de noche a comprar pan.
—Pero con un real no te bastaría para muchos días.
—Mataría a otro hombre —replicaba el Choriset, riendo. 

El Chitano no tenía más tendencia que el robo; siempre andaba merodeando por ver si podía llevarse algo.