Durante estas oposiciones de 2019 nueve personas preparadas por Opolengua han obtenido la plaza: cuatro en Galicia y cinco en la Comunidad Valenciana. Es un resultado que nos alegra porque se trata de nueve personas que, tras una dura lucha, han alcanzado su sueño. Hoy publicamos la aleccionadora carta que nos ha enviado una de ellas: Rocío Martínez Sánchez, una opositora entusiasta y muy trabajadora, de esas que te envían muchos correos con dudas y preguntas para que la ayudes, con lo que al final se acaba forjando una relación estrecha, a la que yo siempre estoy abierto por supuesto. Esto es lo que nos diferencia precisamente de una academia: la disponibilidad para ayudar en todo momento.
“¿Y si me preparo, de verdad, las oposiciones?” Era febrero de 2018. Me había presentado en 2010, después de haber sido madre, en la Comunidad Valenciana (por mirar, más que nada). Y en 2011 en Cataluña; pero ese fue el año de mi divorcio: no estaba yo por la labor… Así que me puse a trabajar y olvidé el tema. Una serie de circunstancias, casualidades o cruces de astros —llamadlo como queráis— me situaron como interina tras estar trabajando ocho años en un departamento de comunicación. Y entonces empecé como docente.
Me gustaba; sin duda. ¡Qué digo! ¡Me encantaba! Pero deseaba que no fuera así, que me agobiase, que fuera horrible, porque no me veía con fuerzas para preparar las oposiciones. Recordaba vagamente lo duro que era el proceso (y eso que entonces no había prueba de comentario…) y ese ligero recuerdo me ahuyentaba. No obstante, el entorno familiar me animó mucho. Les avisé de que iba a ser muy duro aguantarlo. Las oposiciones las pasaríamos todos (especialmente mis padres, mi hijo y mi pareja); no solo yo. Y me convencí de que sí podía. Entonces (como digo, allá por febrero de 2018) intenté recuperar los viejos temas, pero no me gustaban y no quería ni un vestigio del pasado en la nueva andadura, así que empecé a montarme algunos propios. En un par de meses me di cuenta de que a ese ritmo no llegaba a ninguna parte. No era productiva. Intentaba profundizar demasiado. Así que pensé lo que pensamos todos: “si tuviera un buen temario…”. Me lancé y, después de mirar un poco, compré un temario de una academia. Sé que ninguno es ninguna maravilla (más bien al contrario) pero sería una base. Error. Y ya era el segundo. No me gustaba casi ni como base. No iba bien, tenía que cambiar… No de temario, sino de enfoque.
Entonces, a principios de junio, contacté con Eduardo y, mira que he hablado con comerciales de academias, pero él me convenció. Seguramente porque no me vendió la moto; fue muy realista. Y tampoco me vendió el temario, sino el método. Me decidí rápido y me puse ya a estudiar.
El principio no fue fácil. Coger el ritmo cuesta. Ahora que lo veo en perspectiva me da la risa de ver lo lenta que era montando temas y repasando, pero entonces no me hacía ninguna gracia, os lo aseguro. Pero bueno, allí estaba yo empezando con los repasos un siete de julio. Me llevaba los apuntes a la playa y también me acompañaron en las vacaciones. Mi compromiso inicial fue de quince horas porque no me gusta no cumplir con los objetivos que me fijo (como ocurrió durante el verano). No obstante, con el comienzo de curso empecé a cumplir horarios más fácilmente y, casi sin darme cuenta, las quince horas se me hacían cortas y se fueron ampliando todo lo que el trabajo y la familia me permitían (eso sí, nunca dejé de hacer deporte, para mí una base fundamental para el equilibrio cuerpo-mente). Y así llegué a que lo normal fuera dedicar una treinta horas semanales a las oposiciones: los apuntes se iban conmigo a todas partes, cualquier momento, por breve que fuera, era bueno para repasar o leer y me ponía audios con los temas cocinando, en el coche, limpiando, corriendo e incluso nadando.
Llegó abril, la recta final. Empecé a centrarme mucho más fácilmente de lo que esperaba. Era capaz de concentrarme en casi cualquier sitio. Dormía poco, pero tampoco lo necesitaba. El día de descanso semanal lo reduje a medio y no me cansaba. Entonces tuve una crisis de pareja y pensé que ese era el fin de mi concentración. Pero no fue así. Pasé una semana mala, desorientada, desmotivada… y entonces decidí que no iba a echar todas esas horas por la borda y empecé a estudiar más y con más ganas. ¡Ya casi llegaba a las cuarenta horas! Y todo eso trabajando y llevando una tutoría de primero complicada…
Examen. Era el día D. Llevaba 31 temas trabajados, personalizados y repasados decenas de veces durante los últimos días. Casi 95% de posibilidades de que me saliera bola. Pero no salió… Miré los números una y otra vez pensando que no era posible. Que no me podía pasar a mí. Y, al fin (no sé cuánto tiempo pasó), decidí que era verdad, me estaba pasando, pero me daba igual. Analicé los temas que habían salido y me di cuenta de que justamente me había leído y esquematizado uno de ellos hacía un par de semanas. No lo tenía personalizado, ni machacado ni nada… pero podía enriquecerlo con lo que sabía de otros. Fui a por él y consumí el tiempo. Puse bibliografía y lo cerré coherentemente pero cuando llegué a casa y me di cuenta de la lástima que era que no fuera un tema de los que llevaba, me puse a llorar. Y así estuve toda la tarde. Eduardo me llamó para decirme que me tenía que presentar al día siguiente al examen de comentario. Sí o sí. No me dio opción. Vale, iría, pero necesité llorar unas cuantas horas más y salir a pasear hasta que me llamó mi padre para darme ánimos. Entonces, después del anochecer, me puse a repasar. Dormí muy poco, pero me daba igual. No tenía mucho que perder. Y, sorprendentemente, me salió bien. Mucho mejor de lo que esperaba ya que el comentario no es mi fuerte.
Llegó el día de las notas y no me lo podía creer. Tal y como le dije a Eduardo por teléfono, el temario tiene que ser bueno porque había sacado (sobre 5) un 4,84 en el tema y un 3,80 en el comentario. Total: 8,64. ¡Ale! Yo que ya estaba descansando, ¡tenía que acabar de cerrar las unidades de la programación! La verdad es que el resto del proceso me resultó más fácil; largo, pero más sencillo porque estaba convencida de lo que decía. Surgieron los típicos miedos finales y dudas, pero nada serio. Con el calor que hacía, solo quería presentar e irme a casa. Y saqué un 8,5. No estaba nada mal.
Lo cierto es que ahora que lo pienso desde la distancia del tiempo y con la tranquilidad de tener plaza, dedicando tiempo a mi familia, a mi hijo, a mi pareja (porque volvimos) y especialmente a mí misma, no me parece tan difícil… Pero no es fácil. Solo puedo dar un consejo (por el cual recomiendo la ayuda de Eduardo): el secreto es el método. El control, el ritmo, la disciplina, la planificación, el convencimiento… Él no te va a dar nada hecho, vas a ser tú con tus ganas y dedicación, pero, sin duda, él es el que, si tú quieres, te dirigirá y sacará lo mejor de ti en cada momento.