¡Ponte a prueba! 3/2020 Oposiciones de Lengua castellana y literatura

¡Ponte a prueba! 3/2020 Oposiciones de Lengua castellana y literatura

Ponte a prueba. Logo Opolengua

El viernes es el día en el que, desde 2015, www.opolengua.com propone un sencillo acertijo para ayudar a las personas que opositan en la especialidad de Lengua Castellana y literatura a preparar la prueba del ejercicio práctico, pues en casi todas las comunidades de España, integra un comentario de texto.

Se trata, como siempre, de reconocer el texto planteado y adscribirlo si ello es posible, a una época, un movimiento literario y un género. Con estos elementos se puede desarrollar un sólido comentario de texto. Si además reconocemos obra y autor e incluso situamos el fragmento funcionalmente, hemos hecho un pleno que nos permitirá destacar.

Como siempre, las respuestas deben hacerse a través de la página de www.opolengua.com en Facebook hasta el domingo por la noche y la respuesta será publicada el lunes en www.opolengua.com

El texto que traemos hoy no es especialmente conocido, pero en el momento de su publicación supuso un hito importante y tuvo una enorme influencia. Hasta ahora no ha aparecido nunca en las oposiciones (aunque sí otros escritos de este autor), pero no es descartable su aparición si el tribunal pretende ponerlo un poco más difícil.

Y ya, sin más, y deseando a todo el mundo un gran fin de semana de estudio y descanso, os dejamos con el fragmento.

Desde esa fecha (¿octubre de 1939?) Álvaro había aprendido a conocer los límites de su condición y, aunque sin formularlo con claridad (eso llegaría mucho más tarde), sabía que todo, incluso el mismo, no era definitivo y perdurable como confiadamente creyera hasta entonces fundándose en la continuidad de su universo reconstituido tras los terrores y sobresaltos de la guerra, si no mudable, precario, sometido a un ciclo biológico contra el que voluntad y virtud nada podían, todo expuesto a un azar, todo aleatorio, irremediablemente prometido a la muerte, pasajero, fugaz, todo caduco.

Algunos años atrás, adolescente aún y apunto de ingresar en la universidad matriculado en el primer curso de derecho, habías examinado el álbum familiar no con el propósito actual de recuperar el tiempo perdido y hacer el balance de tus existencias (el necesario arqueo de la caja, como en los libros de cuentas de tu bisabuelo) sino con la esperanza un tanto ilusoria de adivinar por medio de él las coordenadas inciertas y problemáticas de tu singular porvenir (un poco como el arúspice que reconoce las entrañas de las víctimas o el cliente sentado frente a los naipes del cartomántico). La rebeldía atesorada día a día contra el destino que generosamente te brindaron por obra de una eyaculación torpe buscaba entonces su explicación y sus raíces en el aborrecido árbol genealógico. No era posible, te decías, que un sentimiento tan vivo e intenso, una anomalía tan honda e insobornable pudiera surgir de la nada y medrar enteramente en el aire, con una orquídea aerícola. Un miembro anónimo de tu linaje los había experimentado tal vez antes que tú, te los había transmitido intactos a costa de negros años de compromiso y disimulo. Lo que en ti maduraba y daba fruto alguno lo sintió germinar dentro de sí atemorizado, como un cáncer que aumenta y se fortifica en medio de la ceguera e ignorancia de los otros. Aquel impulso, oscura y juntamente luminoso, lo había ocultado quizá como una gracia, quizá como una vergüenza, sacrificando en cualquier caso su verdad imperativa a la aprobación necia e inconsistente del clan. Heredero tú de él habías logrado cortar a tiempo las amarras sin conseguir por eso liberarte del todo. Familia, clase social, comunidad, tierra: tu vida no podía ser otra cosa (lo supiste luego) que un lento y difícil camino de ruptura y desposesión.