La presión de los pedagogos sobre los profesores
En los últimos años, desde las escuelas de Pedagogía ha surgido una nueva orientación que se une a tantas otras surgidas en las décadas anteriores. Se trata del aprendizaje por proyectos (ABP según sus siglas) que promete “en un escenario ideal, el modelo de centro podría ser el de aprendizaje por proyectos”. Cualquier web que leamos sobre el particular, cualquier maestro a la última o cualquier profesor de máster nos va a hablar maravillas de esta iniciativa que promete, como dice la web aludida: Competencias organizativas y de gestión del tiempo, Competencia digital, Competencias lingüísticas y comunicativas, Autonomía, Autoestima, Atención a la diversidad, Capacidad de escucha y de reflexión, Sentido de grupo y comunidad, Valores y competencia global, Habilidades sociales, Educación emocional, Coaprendizaje, coevaluación y autoevaluación. ¿Quién es capaz de negarse a esto?
Habría mucho que hablar de por qué este tipo de educación se extiende desde Estados Unidos (haciendo escala en Gran Bretaña) a casi todos los países del mundo occidental. Yo dejaré solo una pincelada: ese tipo de alumnado que nos ponen como ejemplo siempre sabe resolver problemas concretos, pero carece de los conocimientos culturales y morales que integra la cultura grecolatina y occidental (nuestra herencia cultural) y no sabe nada de la historia y la cultura de Occidente (en eso son analfabetos funcionales). Son fantásticos para resolver problemas técnicos sin plantearse las consecuencias morales y sociales que sus avances puedan acarrear. Para la industria son perfectos. Científicos ciegos.
Pero no hay que olvidar que los pedagogos son como una voz que viniera del mismo Cielo y a su sagrada escucha los dirigentes políticos escriben el entramado legal que los eleva a norma de conducta en los centros. Quienes se encargan (y además encantados de su papel) de que esto se cumpla son los inspectores, que son, además, quienes eligen a los presidentes de tribunal.
La realidad en los centros de estudio
Lo primero que hay que decir es que no hay ningún estudio serio que demuestre que todas las novedades y modas educativas surgidas en los últimos cuarenta años hayan producido ningún efecto positivo generalizado. Es más, aplicado a nuestro país, en las últimas décadas se ha producido, como sabe cualquiera que haya estado dentro del sistema educativo, una caída generalizada de los niveles de conocimientos y del comportamiento del alumnado. Y eso los profesores lo saben.
De hecho, y como nos dice la propia lógica, si alguna de estas modas pedagógicas que nos han intentado imponer hubiera sido la panacea, habría resultado absurdo buscar otras nuevas. Y, sin embargo, cada tres o cinco años, la pedagogía genera un nuevo mantra y los inspectores lo llevan a los centros. ¿Por qué? Pues porque esas personas que están en las escuelas de Pedagogía (y que nunca han dado clase en secundaria) tienen que inventarse ideas nuevas para justificar su posición y los inspectores (que, por norma general, son maestros que tampoco han dado clase en secundaria) siguen sus modas a pies juntillas demostrando en qué consiste para ellos el espíritu crítico.
El resultado es que los profesores, en cuanto llevan un tiempo dentro del sistema, son absolutamente escépticos a estos cambios y los implementan, si es que lo hacen, a regañadientes y más en sus aspectos formales que en su espíritu, pues han comprobado ya en sus carnes que la mayor parte de estas modas no sirven para que los alumnos aprendan. Cada cambio pedagógico inspirado desde las alturas es visto por el profesorado como una ocurrencia que, como los anteriores, durará hasta que salga una moda nueva.
De hecho, en la lista que hemos visto antes de las virtudes del ABP, ¿dónde está el aprendizaje de conocimientos? Eso lo tiene que poner el profesor, ellos ponen la idea en abstracto.
Por ejemplo, en mi instituto, ya han venido varios expertos (maestros) enviados por la Administración para enseñarnos a aplicar la evaluación por competencias y ambos se han ido con el rabo entre las piernas porque cuando les hemos planteado desde las diferentes asignaturas cómo hacerlo desde el punto de vista práctico, ninguno nos ha sabido dar una respuesta clara. Y al final, todos o casi todos estamos rellenando los papeles a los que nos obliga la junta pero siguiendo con nuestra práctica docente de siempre, la que nos ha enseñado que hace aprender a los alumnos.
¿Cómo aplicar esto a las oposiciones?
Como ya hemos dicho antes, en los tribunales puede haber personas (las designadas por la Administración y algunos profesores más jóvenes) que comulguen con las modas pedagógicas y eso quiere decir que mi consejo es incluir algún proyecto (a pesar de todo lo que he dicho) en la programación. Pero atención, porque los profesores normales, los que van por sorteo a los tribunales; es decir, cuatro de los cinco que integran el tribunal, querrán que se les hable de los conocimientos de la asignatura y de cómo transmitirlos, y saben muy bien, que por muchos proyectos y novedades pedagógicas que haya, quien enseña a leer y comentar literatura (y explicando, como no puede ser de otra manera), quien enseña a resolver problemas de Matemáticas, quien enseña a realizar un comentario de texto no es un aprendizaje por proyectos sino un profesor que sepa de su materia y sepa explicarla. Y esa realidad, mal que les pese a los pedagogos, es la realidad diaria del aula. Les guste más o les guste menos. De hecho, lo fundamental en la encerrona no son los proyectos que desarrollemos en la misma (que son importantes, por supuesto), sino nuestra capacidad para comunicar, para expresarnos oralmente con claridad y amenidad expositiva. Ya podemos tener la programación y los proyectos más bonitos, que si no nos expresamos con claridad y amenidad, no vale absolutamente nada. Y sin embargo, una programación peor, bien explicada, puede obtener (y de hecho obtendrá) una nota más alta. ¿Es esto cierto? Como dicen en las películas americanas: “No hay más preguntas, señoría”. Es decir, aunque no lo quieran reconocer por el sacrosanto lenguaje políticamente correcto, la última verdad de un profesor es cómo domina y explica su asignatura.
Por tanto, mi consejo es que nuestra programación ha de ser eficaz y demostrar de manera clara que los alumnos van a aprender. ¿Cómo cuadrar el círculo? Pues contentando a todos… Realizar proyectos (uno o dos será suficiente) pero que traten los conceptos que aparecen en el currículo e incluyan actividades que sean eficaces y tradicionales como puedan ser explicaciones de sintaxis, comentarios de texto, toma de notas, exposiciones orales, redacciones, etc. Es decir, contentar a los novedosos con la inclusión de proyectos y a los tradicionales con las actividades clásicas (aunque dando nuestro toque personal si lo tenemos). La idea es que unos no puedan decir: “vaya programación más carca” y los otros no puedan decir “son todo castillos en el aire. Me gustaría verle en una clase de verdad…” Si conseguimos eso: ¡bingo!