¡Ponte a prueba! 17/2021

¡Ponte a prueba! 17/2021

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Ya ha comenzado un nuevo año, con nuevos impulsos, con un nuevo aire que reverdece la esperanza de obtener este mismo curso la plaza. Y nosotros volvemos con fuerza y con mucha ilusión, para animar y proponer a las personas que preparan la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura un sencillo reto, a modo de pasatiempo, con el que probarse y comprobar su competencia lectora.

Traemos hoy un texto que en su época alcanzó el éxito y que en los últimos años ha sido recuperado incluso como lectura obligatoria en algunos centros. Lo ideal será indicar, si reconocemos la obra, a qué parte corresponde este fragmento y si no la reconocemos, podríamos basar nuestro comentario señalando la obra y autoría, la época, el género y el movimiento literario.

Como siempre, las respuestas se pueden dar en nuestra página de Facebook hasta el domingo por la noche y el lunes daremos la relación de acertantes y la solución del acertijo.

Y nada más por hoy. Como siempre, nuestro recuerdo a las víctimas de la pandemia y a sus familiares. Saludos y ánimo.

Amparo madrugó para asistir a la Fábrica. Caminaba a buen paso, ligera y contenta como el que va a tomar posesión del solar paterno. Al subir la cuesta de San Hilario, sus ojos se fijaban en el mar, sereno y franjeado de tintas de ópalo, mientras pensaba en que iba a ganar bastante desde el primer día, en que casi no tendría aprendizaje, porque al fin los puros la conocían, su madre le había enseñado a envolverlos, poseía los heredados chismes del oficio, y no le arredraba la tarea. Discurriendo así, cruzó la calzada y se halló en el patio de la Fábrica, la vieja Granera. Embargó a la muchacha un sentimiento de respeto. La magnitud del edificio compensaba su vetustez y lo poco airoso de su traza; y para Amparo, acostumbrada a venerar la Fábrica desde sus tiernos años, poseían aquellas murallas una aureola de majestad, y habitaba en su recinto un poder misterioso, el Estado, con el cual sin duda era ocioso luchar, un poder que exigía obediencia ciega, que a todas partes alcanzaba y dominaba a todos. El adolescente que por vez primera huella las aulas experimenta algo parecido a lo que sentía Amparo.
Pudo tanto en ella este temor religioso, que apenas vio quién la recibía, ni quién la llevaba a su puesto en el taller. Casi temblaba al sentarse en la silla que le adjudicaron. En derredor suyo, las operarias alzaban la cabeza, ojos curiosos y benévolos se fijaban en la novicia. La maestra del partido estaba ya a su lado, entregándole con solicitud el tabaco, acomodando los chismes, explicándole detenidamente cómo había de arreglarse para empezar. Y Amparo, en un arranque de orgullo, atajaba a las explicaciones con un «ya sé cómo» que la hizo blanco de miradas. Sonriose la maestra y le dejó liar un puro, lo cual ejecutó con bastante soltura; pero al presentarlo acabado, la maestra lo tomó y oprimió entre el pulgar y el índice, desfigurándose el cigarro al punto.
-Lo que es saber, como lo material de saber, sabrás… -dijo alzando las cejas-. Pero si no despabilas más los dedos… y si no le das más hechurita… Que así, parece un espanta-pájaros.
-Bueno -murmuró la novicia confusa-: nadie nace aprendido.
-Con la práctica… -declaró la maestra sentenciosamente, mientras se preparaba a unir el ejemplo a la enseñanza-. Mira, así… a modito…