La clave está en el crecimiento personal
Hoy en esta bitácora voy a una serie que parece íntima, pero que en realidad no lo es, puesto que explica el hecho de que yo lleve dedicado casi toda una vida a las oposiciones. Veintinueve años para ser más exactos. Una locura de tiempo, pensarán algunos. Pero no es así. No es una locura. Llevo veintidós años preparando opositores porque me apasiona mejorar yo mismo y ayudar a otras personas a mejorar. Y las oposiciones son un verdadero reto vital: un excelente campo de trabajo para el crecimiento personal.
Lo primero es estar seguro de querer opositar
Este es el inicio de todo el proceso de crecimiento personal. Antes de embarcarnos en él, mi consejo es que por un fin de semana, un día o incluso unas horas, nos aislemos de todo. Fuera móvil, fuera internet, fuera todo aquello que no sea el diálogo verdadero con nosotros mismos. La montaña, el mar, el campo o incluso un parque tranquilo nos puede ayudar y mucho a valorar nuestra vida. Y la pregunta es ¿de verdad queremos opositar y ser docentes? ¿conocemos los pros y contras del trabajo en el instituto?, ¿somos conscientes de que durante meses o años vamos a invertir nuestro tiempo y nuestra energía personal en aprender verdaderamente lengua y literatura, vamos a leer verdaderamente, vamos a memorizar verdaderamente hasta saber mucho más de lo que sabemos? ¿estamos dispuestos a concentrar nuestra energía en esto con las renuncias a otras actividades que ello implica? La vida es elegir y, desgraciadamente, no podemos hacer todo.
Si te decides a opositar, puedes mejorar enormemente como persona
Si realmente ser docente es unos de tus objetivos vitales, bien porque sea tu objetivo último o como una parte de la persona que quieres ser dentro de cinco, diez o quince años, entonces ¡adelante! Ponte el chaleco salvavidas, embárcate y sal al mar, porque no te quepa la menor duda, de que sufrirás emociones y procesos que te ayudarán a conocerte y te mejorarán como persona.
¿En qué podemos mejorar?
Opositores y preparadores podemos mejorar de manera constante y eficaz en muchas cosas. Para ello, puedo contar cómo era yo antes de las oposiciones y cómo fui después. Antes de las oposiciones yo era una persona de veinticinco años que perdía mucho tiempo en cosas banales, que no me mejoraban como persona, pues en ellas yo era un ser pasivo. No es que no hiciera nada productivo, pero perdía mucho tiempo. Lo peor de aquellos años fue el tiempo que malgasté viendo la televisión (entonces no había redes sociales ni Internet) y en charlas insustanciales con personas que no me aportaban nada en el fondo. Era una persona que desconocía su propio valor como ser humano y su enorme capacidad productiva. Desconocía el valor del trabajo, del tiempo y del dinero (que no es sino la forma en que los seres humanos agrupamos, invertimos o desperdiciamos nuestra energía personal, nuestra productividad y nuestro tiempo).
El valor del tiempo y de las personas
Lo primero que comprende una persona que oposita de verdad es la importancia del tiempo, porque lo necesita de forma perentoria para cubrir los ámbitos de la oposición y hacerlo antes y de mejor forma que sus oponentes. Y esto implica mejorar nuestros procesos de productividad y aprovechar cada segundo. Por tanto, nos obliga a pensar qué tiempo basura hay en nuestras vidas. ¿Cuál es el tiempo basura? El que no nos hace felices. Y ese tiempo basura va asociado a actividades, personas y gasto. Debemos tirar por la borda todo aquello que no nos hace realmente felices para dedicarnos a nuestro reto vital. Y yo lo hice. Pasé de producir muy poco a producir muchísimas cosas.
Y a la vez, me ayudó a ver qué actividades, personas (y, por tanto, gasto) merecían la pena. Como dice Settebrini en La montaña mágica de Thomas Mann, el dinero es, en el fondo, el tiempo. Y las abandoné para concentrarme en las personas y las actividades que merecían realmente la pena. Cuando obtuve mi plaza, seis años después, yo era otra persona, un ser humano completamente productivo, listo para acometer nuevas empresas.
Las virtudes morales que cultivé en las oposiciones
Todas las personas que opositan saben que van adquiriendo valores que son imprescindibles, pues si no se adquieren, simplemente no pueden opositar realmente. Son valores como la disciplina personal (decir no), la organización personal (pues debemos aprender a tasar el tiempo que cuesta cada cosa y como situarla en la semana), la esperanza (pues nos preparamos para un examen incierto), la fe (la confianza en el éxito es imprescindible cuando necesitamos sacrificarnos a tope), la capacidad de sacrificio (ese ir siendo capaces de aumentar nuestra productividad poco a poco), además de las virtudes asociadas a nuestro aumento del conocimiento (comprensión y expresión, capacidad de síntesis, competencia literaria, etc.).
¿Y cómo apoyamos nosotros como preparadores ese proceso?
Yo, como preparador, diseño cursos exigentes que obligan a las personas que preparo a exigirse a ellas mismas y, por tanto, pronto comprenden que virtudes han de cultivar poco a poco. Y no solo eso, sino que me implico personalmente en ayudar a las personas que preparamos en la toma de decisiones, en la organización de sus tareas semanales, en animar constantemente en el proceso del estudio y en apoyar a las personas cuando tienen dificultades, ayudándoles a racionalizar la situación y darles la mejor respuesta efectiva. Y este trabajo, simplemente, me encanta. Y por eso a veces hablo con opositores sábados o domingos, porque para mí este trabajo es mi vida. Ese mismo espíritu es el que me llevó a fundar Opohispania y es del que imbuyo a las personas que colaboran conmigo. Ante todo, nunca debemos olvidar que trabajamos con personas que quieren crecer. Y eso es simplemente maravilloso y le doy gracias a Dios por ello.
Como siempre, nuestro recuerdo a las víctimas de la pandemia y a sus familiares.