Hoy ya es lunes y entramos la recta final de preparación del día D, para el que se han estado preparando durante tantísimo tiempo con gran esfuerzo tantas personas en toda España. A ellos dedicamos nuestro ¡Ponte a prueba!, el reto semanal con el que las acompañamos para preparar la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
Decíamos el viernes pasado que el texto elegido tenía relación con uno de los empleados en las oposiciones de la Comunidad Valenciana y a su identificación y resolución se aprestaron con éxito nuestros seguidores. Y así, José Manuel Serrano Valero identificaba el género y la época del texto. Por su parte, Sara Piélagos Martín y Marian Cruz Solana acertaban la obra y el autor haciendo el pleno, al que se adherían acertadamente Sandra Serrano y Rafael Robledo Simón.¡Enhorabuena a todos ellos y ojalá que el día D tengan la misma fortuna!
Y es que, efectivamente, se trataba de La sociedad presente como materia novelable (1897), discurso con el que Benito Pérez Galdós (1843-1920) ingresó en la RAE el 7 de febrero de 1897. Es una de las dos obras básicas en las que el autor canario teorizó sobre la novela y su desarrollo histórico en España.
Y por hoy nada más. Como siempre, nuestro recuerdo a las víctimas de la pandemia y a sus familiares. Saludos y ánimo.
Pero no creáis que de lo expuesto intentaré sacar una deducción pesimista, afirmando que esta descomposición social ha de traer días de anemia y de muerte para el arte narrativo. Cierto que la falta de unidades de organización nos va sustrayendo los caracteres genéricos, tipos que la sociedad misma nos daba bosquejados, cual si trajeran ya la primera mano de la labor artística. Pero a medida que se borra la caracterización general de cosas y personas, quedan más descarnados los modelos humanos, y en ellos debe el novelista estudiar la vida, para obtener frutos de un Arte supremo y durable. La crítica sagaz no puede menos de reconocer que cuando las ideas y sentimientos de una sociedad se manifiestan en categorías muy determinadas, parece que los caracteres vienen ya a la región del Arte tocados de cierto amaneramiento o convencionalismo. Es que, al descomponerse las categorías, caen de golpe los antifaces, apareciendo las caras en su castiza verdad. Perdemos los tipos, pero el hombre se nos revela mejor, y el Arte se avalora sólo con dar a los seres imaginarios vida más humana que social. Y nadie desconoce que, trabajando con materiales puramente humanos, el esfuerzo del ingenio para expresar la vida ha de ser más grande, y su labor más honda y difícil, como es de mayor empeño la representación plástica del desnudo que la de una figura cargada de ropajes, por ceñidos que sean. Y al compás de la dificultad crece, sin duda, el valor de los engendros del Arte, que si en las épocas de potentes principios de unidad resplandece con vivísimo destello de sentido social, en los días azarosos de transición y de evolución puede y debe ser profundamente humano.