Hoy es viernes y por ello, el día en que planteamos nuestro ¡Ponte a prueba!, el acertijo con el que desde hace cinco años queremos ayudar a los opositores que preparan la siempre difícil y temida prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
Cuando nos enfrentamos a esta prueba, como en todas las de las oposiciones, el acierto es relativo; esto es, si nadie acierta el género literario y nosotros sí, pues ya nos hemos apuntado un tanto. Pero si todos aciertan la obra, para apuntarnos el tanto será necesario situar el fragmento funcionalmente dentro de la obra. Es decir, que en ocasiones acertar la obra tiene enorme valor y en otros, debido a que todo el mundo la reconoce, ese acierto se devalúa. Como siempre, lo fundamental es estar por encima de nuestros oponentes. En todo caso, debemos adscribir razonadamente el fragmento a una época, un género, un movimiento literario, una obra y un autor.
El texto que traemos hoy ya ha aparecido en las oposiciones. Es muy difícil escribir en la lengua española con mayor perfección, sencillez y altura estilística. A mí personalmente me emociona siempre su lectura, pues me resulta evidente que es la vida misma quien se me ofrece con toda plenitud y belleza literaria ante mis ojos.
Para participar, como siempre, debes escribir un comentario en la publicación de la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. El lunes por la tarde daremos la solución con su lista de acertantes.
Y nada más por hoy. Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.
Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y estando ya de camino para Alejandria de la Palla, tuve nuevas que el gran Duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina, y a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la Santidad del papa Pío Quinto, de felice recordación, había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, que es el Turco, el cual en aquel mesmo tiempo había ganado con su armada la famosa isla de Chipre, que estaba debajo del dominio de venecianos, y fue pérdida lamentable y desdichada. Súpose cierto que venía por general desta liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe; divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía, todo lo cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba; y aunque tenía barruntos, y casi premisas ciertas, de que en la primera ocasión que se ofreciese sería promovido a capitán, lo quise dejar todo y venirme, como me vine a Italia, y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria acababa de llegar a Génova, que pasaba a Nápoles a juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mecina. Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho capitán de infantería, a cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, más que mis merecimientos; y aquel día, que fue para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada, entre tantos venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo solo fui el desdichado; pues, en cambio de que pudiera esperar, si fuera en los romanos siglos, alguna naval corona, me vi aquella noche que siguió a tan famoso día con cadenas a los pies y esposas a las manos.