¡Ponte a prueba! 8/2022

¡Ponte a prueba! 8/2022

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Finaliza esta semana marcada por el puente de Todos los Santos y nosotros volvemos con una nueva entrega del sexto curso de nuestro ¡Ponte a prueba!, el acertijo de fin de semana con el que queremos servir de ayuda a las esforzadas personas que preparan la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.

Hoy traemos un texto largo. No es lo común que sea así en las oposiciones, pero en ocasiones quienes eligen el texto se decantan por un texto de estas dimensiones y debemos estar preparados para que así sea el día D. De hecho, yo mismo saqué la plaza haciendo un comentario lingüístico de un largo fragmento de Cien años de soledad.

Como siempre, se trata de reconocer obra y autor, situando funcionalmente el fragmento para dar datos claros que permitan al tribunal corroborar nuestro dominio de la obra. Pero, como siempre decimos también, se puede realizar un gran comentario atendiendo al género, el movimiento y la época de la composición.

También como siempre, puedes participar escribiendo un comentario en la publicación de la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. El lunes por la tarde daremos la solución con su lista de acertantes.

Y nada más por hoy. Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.

Cuando Gregorio intentó decir la verdad, asustado de pronto por tan graves mentiras, ya era tarde, porque se oyó declarando a sí mismo, con voz rotunda, diáfana y juvenil: “Veinticinco para ser más exactos” y se quedó maravillado y espantado de sus propias palabras.
-¡Veinticinco! Fíjese, tan joven y ya ingeniero y poeta y hablando en el café. ¡Dios mío, qué bien ha aprovechado usted el tiempo! -exclamó deslumbrado y en un tono de infinita amargura.
Gregorio se mordió los labios. “Esto ya no tiene remedio”, pensó. Pero intentó arreglarlo de todos modos diciendo que la edad es relativa y que lo que importa es el espíritu. Y puso su propio ejemplo: hay gente que pasa de los cuarenta y tiene espíritu de veinticinco, y al revés.
-Pues yo, señor Olías, soy viejo de cuerpo y de espíritu -dijo Gil afligido-. Si fuese químico y pensador sería solo viejo de cuerpo, pero no lo soy y aquí me tiene, doblemente viejo.
Hubo un largo silencio.
-Y usted, ¿habla entonces en el café? -preguntó, sobreponiéndose a su propio duelo.
-Bueno, allí hablan todos.
-Pero quiero decir al lado de la columna.
-¿Al lado de la columna? Sí, ¿por qué no?
-O sea, que es maestro.
Gregorio supo que ya no podía volverse atrás y dijo que qué iba decir él y que en todo caso qué más daba hablar junto a una columna que desde dentro de un tonel. Pero Gil no se paró a considerar aquellas reflexiones.
-Y allí todos reconocen por el señor Olías, ¿no? -preguntó.
-No, no, utilizo un seudónimo artístico -se apresuró a decir.
-Y, si puede saberse, ¿cuál es?
Gregorio cerró los ojos para asumir la plenitud del instante.
-Faroni -dijo, y el nombre le sonó mágico, como si lo acabara de inventar
-Faroni -recalcó lejanamente Gil-. Si usted me lo permite, en adelante yo también le llamaré señor Faroni. ¿Le parece bien?
-Claro que sí, -y tuvo un confuso sentimiento de pánico y de júbilo.
-¿Puedo sincerarme?
-Por supuesto.
-Pues que yo creo -dijo Gil con la voz málograda por la humildad- que tiene usted otro secreto.
-¿Otro? -se alarmo Gregorio.
-Sí, porque usted está trabajando en un puesto que no corresponde a un ingeniero y menos a un artista del café.
Gregorio que ya había caído en la cuenta de aquel desajuste dijo qué, en efecto, tenía otro secreto, que por ahora no quería revelar.
-Confíe en mí -dijo Gil-. Yo sé que usted es un bohemio, que los artistas son muy suyos y que todos los sacrifican al arte, ¿no?
-Algo de eso hay- dijo Gregorio, admirado del rumbo fácil que iba tomando la patraña.
-Es más, si me permite. ¿A que es un secreto que tiene que ver con la política?
-Bueno -dudo Gregorio.
-¡Comprendo, comprendo! -exclamó Gil-. No hace falta que me diga nada. Es peligroso: ¡lo sé!, ¡lo sé! Y, como otros casos de los que he oído hablar seguro que lo que escribe está prohibido por el Gobierno. ¿Es verdad?
-Pues…
-¡No hace falta que me diga nada!, lo interrumpió-. Y, si me permite, ¿cuál es su nombre de pila?Gregorio -dijo, y añadió sin pensar- “Aunque en ciertos círculos me conocen por Augusto, porque mi nombre es Gregorio Augusto Olías
-¡Augusto Faroni! -declamó Gil-. Pero, ¿ve cómo yo adivino las cosas? Yo comprendo a los artistas. Yo, señor Faroni, soy un hombre bueno.