¡Ponte a prueba! 8/2022 (Solución)

¡Ponte a prueba! 8/2022 (Solución)

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Como cada lunes, iniciamos la semana con la solución de nuestro ¡Ponte a prueba!, el acertijo con que retamos a las abnegadas personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba de comentario.

Decíamos el viernes que se trataba de un texto largo y así era. Pero ha resultado más complicado para nuestros seguidores que en otras ocasiones y ha sido una de las escasas veces en que ninguna persona ha reconocido la obra de la que estaba extraído el fragmento, aunque sí se ha hecho con la época y el género. Así tanto Verónica Prezioso como José Manuel Serrano Valero y Adrián Gómez Acosta han señalado que se trataba una novela del siglo XX. ¡Enhorabuena a todos ellos y ojalá que el día D tengan la misma fortuna!

Y es que el texto era un fragmento del capítulo VII de la novela de Luis Landero (1948), Juegos de la edad tardía (1989), que fue un éxito de ventas y obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y que muestra una deuda evidente con el Quijote por diferentes razones, sobre todo porque el empleo del humor y la ironía y porque sus dos personajes principales, Faroni (Gregorio Olías) y Gil, son un correlato actualizado de don Quijote y Sancho Panza, pues a través de su relación telefónica construyen su propia realidad paralela, una realidad literaria basada en sus sueños e ilusiones imposibles.

Se trata de una obra que debe ser conocida por su herencia cervantina y sobre todo por los opositores extremeños, dado que Landero nació en Almendralejo y ha sido práctica común en esta comunidad poner textos relacionados de alguna forma con la misma. Y nada más por hoy. 

Feliz semana de estudio. Saludos y ánimo. 

Cuando Gregorio intentó decir la verdad, asustado de pronto por tan graves mentiras, ya era tarde, porque se oyó declarando a sí mismo, con voz rotunda, diáfana y juvenil: “Veinticinco para ser más exactos” y se quedó maravillado y espantado de sus propias palabras.
-¡Veinticinco! Fíjese, tan joven y ya ingeniero y poeta y hablando en el café. ¡Dios mío, qué bien ha aprovechado usted el tiempo! -exclamó deslumbrado y en un tono de infinita amargura.
Gregorio se mordió los labios. “Esto ya no tiene remedio”, pensó. Pero intentó arreglarlo de todos modos diciendo que la edad es relativa y que lo que importa es el espíritu. Y puso su propio ejemplo: hay gente que pasa de los cuarenta y tiene espíritu de veinticinco, y al revés.
-Pues yo, señor Olías, soy viejo de cuerpo y de espíritu -dijo Gil afligido-. Si fuese químico y pensador sería solo viejo de cuerpo, pero no lo soy y aquí me tiene, doblemente viejo.
Hubo un largo silencio.
-Y usted, ¿habla entonces en el café? -preguntó, sobreponiéndose a su propio duelo.
-Bueno, allí hablan todos.
-Pero quiero decir al lado de la columna.
-¿Al lado de la columna? Sí, ¿por qué no?
-O sea, que es maestro.
Gregorio supo que ya no podía volverse atrás y dijo que qué iba decir él y que en todo caso qué más daba hablar junto a una columna que desde dentro de un tonel. Pero Gil no se paró a considerar aquellas reflexiones.
-Y allí todos reconocen por el señor Olías, ¿no? -preguntó.
-No, no, utilizo un seudónimo artístico -se apresuró a decir.
-Y, si puede saberse, ¿cuál es?
Gregorio cerró los ojos para asumir la plenitud del instante.
-Faroni -dijo, y el nombre le sonó mágico, como si lo acabara de inventar
-Faroni -recalcó lejanamente Gil-. Si usted me lo permite, en adelante yo también le llamaré señor Faroni. ¿Le parece bien?
-Claro que sí, -y tuvo un confuso sentimiento de pánico y de júbilo.
-¿Puedo sincerarme?
-Por supuesto.
-Pues que yo creo -dijo Gil con la voz málograda por la humildad- que tiene usted otro secreto.
-¿Otro? -se alarmo Gregorio.
-Sí, porque usted está trabajando en un puesto que no corresponde a un ingeniero y menos a un artista del café.
Gregorio que ya había caído en la cuenta de aquel desajuste dijo qué, en efecto, tenía otro secreto, que por ahora no quería revelar.
-Confíe en mí -dijo Gil-. Yo sé que usted es un bohemio, que los artistas son muy suyos y que todos los sacrifican al arte, ¿no?
-Algo de eso hay- dijo Gregorio, admirado del rumbo fácil que iba tomando la patraña.
-Es más, si me permite. ¿A que es un secreto que tiene que ver con la política?
-Bueno -dudo Gregorio.
-¡Comprendo, comprendo! -exclamó Gil-. No hace falta que me diga nada. Es peligroso: ¡lo sé!, ¡lo sé! Y, como otros casos de los que he oído hablar seguro que lo que escribe está prohibido por el Gobierno. ¿Es verdad?
-Pues…
-¡No hace falta que me diga nada!, lo interrumpió-. Y, si me permite, ¿cuál es su nombre de pila?

-Gregorio -dijo, y añadió sin pensar- “Aunque en ciertos círculos me conocen por Augusto, porque mi nombre es Gregorio Augusto Olías
-¡Augusto Faroni! -declamó Gil-. Pero, ¿ve cómo yo adivino las cosas? Yo comprendo a los artistas. Yo, señor Faroni, soy un hombre bueno.