¡Ponte a prueba! 25/2022 

¡Ponte a prueba! 25/2022 

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Hoy ya es el último fin de semana de marzo. Y es viernes. Finaliza una semana más de estudio y esfuerzo, en la que hemos avanzado en el dominio de los temas y en la que hemos conseguido acercarnos un paso más a nuestra meta. Toca repasar y descansar.Y dentro de ese descanso vigilante, nosotros queremos dar un punto de referencia a las esforzadas y nobles personas que preparan la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura. Ofrecemos un texto para su identificación abriendo la participación a todas personas amantes de la literatura en español y su historia.

Hay autores que han aparecido en las oposiciones y por ello es fácil que vuelvan a hacerlo. Este es un caso. Hemos elegido esta obra también por su temática, que nos recuerda que en nuestro país también vivimos el horror de los refugiados. Además, es una obra importante y que debemos reconocer pues fue lectura obligatoria durante muchos años y eso quiere decir que está en el recuerdo de muchos profesores de mi edad que pueden ponerla si eligen ellos texto para el día D. Como siempre lo ideal es reconocer la obra y situar dentro de ella el fragmento en cuestión, pero se puede hacer un gran comentario situando el texto en su época y adscribiéndolo a un género y un movimiento literario.

Como siempre, se puede participar escribiendo comentarios en la página de Facebook de Opolengua.com (no en la mía personal) hasta el domingo por la noche. Nosotros daremos el lunes la solución del reto y la lista de acertantes.

Y nada más por hoy. Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.

VICENTE: (A media voz.) Te has referido al tren. Y a hablar de él he venido. (El padre lo mira un momento y vuelve a mirar su revista.)
LA MADRE: ¡No, hijos!
VICENTE: ¿Por qué no?
LA MADRE: Hay que olvidar aquello.
VICENTE: Comprendo que es un recuerdo doloroso para ti…, por la pobre nena. ¡Pero yo también soy tu hijo y estoy en entredicho! ¡Dile tú lo que pasó, madre! (A Mario, señalando al Padre.) ¡Él nos mandó subir a toda costa! Y yo lo logré. Y luego, cuando arrancó la máquina y os vi en el andén, ya no pude bajar. Me retuvieron. ¿No fue así, madre?
LA MADRE: Sí, hijo. (Rehuye su mirada.)
VICENTE: (A Mario.) ¿Lo oyes? ¡Subí porque él me lo mandó!
MARIO: (Rememora.) No dijo una palabra en todo el resto del día. ¿Te acuerdas, madre? Y luego, por la noche… (A Vicente.) Esto no lo sabes aún, pero ella también lo recordará, porque entonces sí se despertó… Aquella noche se levantó de pronto y la emprendió a bastonazos con las paredes…, hasta que rompió el bastón: aquella cañita antigua que él usaba. Nuestra madre espantada, la nena llorando, y yo escuchándole una sola palabra mientras golpeaba y golpeaba las paredes de la sala de espera de la estación, donde nos habíamos metido a pasar la noche… (El padre atiende.) Una sola palabra, que repetía y repetía: ¡Bribón! … ¡Bribón! …
LA MADRE: (Grita.) ¡Cállate!
EL PADRE: (Casi al tiempo, señala a la cómoda.) ¿Pasa algo en la sala de espera?
MARIO: Nada, padre. Todos duermen tranquilos.
VICENTE: ¿Por qué supones que se refería a mí?
MARIO: ¿A quién, si no?
VICENTE: Pudieron ser los primeros síntomas de su desequilibrio.
MARIO: Desde luego. Porque él no era un hombre al uso. Él era de la madera de los que nunca se reponen de la deslealtad ajena.
VICENTE: ¿Estás sordo? ¡Te digo que él me mandó subir!
LA MADRE: ¡Nos mandó subir a todos, Mario!
MARIO: Y bajar. “¡Baja! ¡Baja!”, te decía lleno de ira, desde el andén… Pero el tren arrancó… y se te llevó para siempre. Porque ya nunca has bajado de él.
VICENTE: ¡Lo intenté y no pude! Yo había escalado la ventanilla de un retrete. Cinco más iban allí dentro. Ni nos podíamos mover.
MARIO: Te retenían.
VICENTE: Estábamos tan apretados… Era más difícil bajar que subir. Me sujetaron, para que no me quebrara un hueso.
MARIO: (Después de un momento.) ¿Y qué era lo que tú sujetabas?
VICENTE: (Después de un momento.) ¿Cómo?
MARIO: ¿Se te ha olvidado lo que llevabas?
VICENTE: (Turbado.) ¿Lo que llevaba?
MARIO: Colgado al cuello. ¿O no lo recuerdas? (Un silencio. Vicente no sabe qué decir.) Un saquito. Nuestras escasas provisiones y unos pocos botes de leche para la nena. Él te lo había confiado porque eras el más fuerte… La nena murió unos días después. De hambre. (La madre llora en silencio.) Nunca más habló él de aquello. Nunca. Prefirió enloquecer. (Un silencio.)
VICENTE: (Débil.) Fue… una fatalidad… En aquel momento, ni pensaba en el saquito…
LA MADRE: (Muy débil.) Y no pudo bajar. Lo sujetaban… (Largo silencio. Al fin, Mario habla, muy tranquilo.)
MARIO: No lo sujetaban; lo empujaban.
VICENTE: (Se levanta, rojo.) ¡Me sujetaban!
MARIO: ¡Te empujaban!
VICENTE:¡Lo recuerdas mal! ¡Sólo tenías diez años!
MARIO: Si no podías bajar, ¿por qué no nos tiraste el saco?
VICENTE: ¡Te digo que no se me ocurrió! ¡Forcejeaba con ellos!
MARIO: (Fuerte.) ¡Sí, pero para quedarte! Durante muchos años he querido convencerme de que recordaba mal; he querido creer en esa versión que toda la familia dio por buena. Pero era imposible, porque siempre te veía en la ventanilla, pasando ante mis ojos atónitos de niño, fingiendo que intentabas bajar y resistiendo los empellones que te daban entre risas aquellos soldadotes… ¿Cómo no ibas a poder bajar? ¡Tus compañeros de retrete no deseaban otra cosa! ¡Les estorbabas! (Breve silencio.) Y nosotros también te estorbábamos. La guerra había sido atroz para todos, el futuro era incierto y, de pronto, comprendiste que el saco era tu primer botín. No te culpo del todo; sólo eras un muchacho hambriento y asustado. Nos tocó crecer en años difíciles…