Ya es lunes y hemos cambiado a nuestro horario de verano. Lo que no cambia es nuestra cita con las nobles y esforzadas personas que preparan la siempre temida prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura. Para ellas y para aquellos que aman la literatura en español y su historia está concebido este reto con el propósito clásico del docere et delectare.
Decíamos el viernes que el texto elegido era de un autor que ya ha aparecido en las oposiciones y esto ha generado alguna duda sobre si el teatro era un género que no aparecía nunca en las pruebas. La respuesta a esta duda es que el teatro sí ha aparecido (aunque con menos frecuencia que la lírica o la narrativa) y además no hay ninguna razón para que no pueda aparecer, por lo que se deben preparar comentarios del género dramático aunque su probabilidad de aparición sea menor.
Como siempre, ha habido acertantes de nuestro reto. José Manuel Serrano Valero sitúa acertadamente el género y la época de la obra. Más concreta es la respuesta de Rafael Robledo Simón, pues indica que se trata de un drama y la sitúa a finales de los sesenta o setenta, con posterioridad al aperturismo franquista. Y más concreta es aún Marian Cruz Solana, que indica que la obra es El tragaluz. ¡Enhorabuena a todos ellos y ojalá que el día D tengan la misma suerte!
Y es que, efectivamente se trataba del final de la Segunda parte (la obra contiene dos partes y este fragmento está ya muy cercano al desenlace de la misma) de El tragaluz (1967) de Antonio Buero Vallejo (1916-2000). Se trata de una de las obras más importantes de este dramaturgo, seguramente el más influyente de la segunda mitad del siglo XX. Como decíamos el viernes, la obra trataba de las consecuencias terribles de la Guerra Civil y plantea la dicotomía entre los dos tipos de hombre (el de acción y el reflexivo) que es típica de este autor.
Y nada más por hoy. Mañana volveremos con nuestro artículo de opinión. Feliz y fructífera semana de estudio. Saludos y ánimo.
VICENTE: (A media voz.) Te has referido al tren. Y a hablar de él he venido. (El padre lo mira un momento y vuelve a mirar su revista.)
LA MADRE: ¡No, hijos!
VICENTE: ¿Por qué no?
LA MADRE: Hay que olvidar aquello.
VICENTE: Comprendo que es un recuerdo doloroso para ti…, por la pobre nena. ¡Pero yo también soy tu hijo y estoy en entredicho! ¡Dile tú lo que pasó, madre! (A Mario, señalando al Padre.) ¡Él nos mandó subir a toda costa! Y yo lo logré. Y luego, cuando arrancó la máquina y os vi en el andén, ya no pude bajar. Me retuvieron. ¿No fue así, madre?
LA MADRE: Sí, hijo. (Rehuye su mirada.)
VICENTE: (A Mario.) ¿Lo oyes? ¡Subí porque él me lo mandó!
MARIO: (Rememora.) No dijo una palabra en todo el resto del día. ¿Te acuerdas, madre? Y luego, por la noche… (A Vicente.) Esto no lo sabes aún, pero ella también lo recordará, porque entonces sí se despertó… Aquella noche se levantó de pronto y la emprendió a bastonazos con las paredes…, hasta que rompió el bastón: aquella cañita antigua que él usaba. Nuestra madre espantada, la nena llorando, y yo escuchándole una sola palabra mientras golpeaba y golpeaba las paredes de la sala de espera de la estación, donde nos habíamos metido a pasar la noche… (El padre atiende.) Una sola palabra, que repetía y repetía: ¡Bribón! … ¡Bribón! …
LA MADRE: (Grita.) ¡Cállate!
EL PADRE: (Casi al tiempo, señala a la cómoda.) ¿Pasa algo en la sala de espera?
MARIO: Nada, padre. Todos duermen tranquilos.
VICENTE: ¿Por qué supones que se refería a mí?
MARIO: ¿A quién, si no?
VICENTE: Pudieron ser los primeros síntomas de su desequilibrio.
MARIO: Desde luego. Porque él no era un hombre al uso. Él era de la madera de los que nunca se reponen de la deslealtad ajena.
VICENTE: ¿Estás sordo? ¡Te digo que él me mandó subir!
LA MADRE: ¡Nos mandó subir a todos, Mario!
MARIO: Y bajar. “¡Baja! ¡Baja!”, te decía lleno de ira, desde el andén… Pero el tren arrancó… y se te llevó para siempre. Porque ya nunca has bajado de él.
VICENTE: ¡Lo intenté y no pude! Yo había escalado la ventanilla de un retrete. Cinco más iban allí dentro. Ni nos podíamos mover.
MARIO: Te retenían.
VICENTE: Estábamos tan apretados… Era más difícil bajar que subir. Me sujetaron, para que no me quebrara un hueso.
MARIO: (Después de un momento.) ¿Y qué era lo que tú sujetabas?
VICENTE: (Después de un momento.) ¿Cómo?
MARIO: ¿Se te ha olvidado lo que llevabas?
VICENTE: (Turbado.) ¿Lo que llevaba?
MARIO: Colgado al cuello. ¿O no lo recuerdas? (Un silencio. Vicente no sabe qué decir.) Un saquito. Nuestras escasas provisiones y unos pocos botes de leche para la nena. Él te lo había confiado porque eras el más fuerte… La nena murió unos días después. De hambre. (La madre llora en silencio.) Nunca más habló él de aquello. Nunca. Prefirió enloquecer. (Un silencio.)
VICENTE: (Débil.) Fue… una fatalidad… En aquel momento, ni pensaba en el saquito…
LA MADRE: (Muy débil.) Y no pudo bajar. Lo sujetaban… (Largo silencio. Al fin, Mario habla, muy tranquilo.)
MARIO: No lo sujetaban; lo empujaban.
VICENTE: (Se levanta, rojo.) ¡Me sujetaban!
MARIO: ¡Te empujaban!
VICENTE:¡Lo recuerdas mal! ¡Sólo tenías diez años!
MARIO: Si no podías bajar, ¿por qué no nos tiraste el saco?
VICENTE: ¡Te digo que no se me ocurrió! ¡Forcejeaba con ellos!
MARIO: (Fuerte.) ¡Sí, pero para quedarte! Durante muchos años he querido convencerme de que recordaba mal; he querido creer en esa versión que toda la familia dio por buena. Pero era imposible, porque siempre te veía en la ventanilla, pasando ante mis ojos atónitos de niño, fingiendo que intentabas bajar y resistiendo los empellones que te daban entre risas aquellos soldadotes… ¿Cómo no ibas a poder bajar? ¡Tus compañeros de retrete no deseaban otra cosa! ¡Les estorbabas! (Breve silencio.) Y nosotros también te estorbábamos. La guerra había sido atroz para todos, el futuro era incierto y, de pronto, comprendiste que el saco era tu primer botín. No te culpo del todo; sólo eras un muchacho hambriento y asustado. Nos tocó crecer en años difíciles…