Como cada lunes, comenzamos nuestra semana de estudio con la solución de nuestro amable acertijo, el ¡Ponte a prueba!, con el que pretendemos ayudar a las esforzadas y nobles personas que preparan la siempre temida prueba de comentario de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
Esta semana ha sido muy grato ver la alta participación que ha suscitado el acertijo y la alegría con la que ha sido recibida su vuelta a la Red. Agradecemos enormemente a quienes nos siguen semana a semana su fidelidad y mucho más a quienes participan y nos hacen saber su alegría por nuestra reaparición. Es realmente un orgullo para nosotros dar pie a este lugar de encuentro ameno y verdaderamente didáctico. Y así, la participación ha sido una de las más altas alcanzadas por el reto. Y, como siempre, con acierto por parte de los participantes. Y así, Adrián Gómez Acosta señala con acierto la época del texto. Mamen Moreno, Natalia de la Iglesia, José Manuel Serrano Valero, Álvaro Lag y Sara Piélagos Martín sitúan el texto de su género y su época de forma razonada. Pero atención, porque Sandra Fe, Verónica Prezioso y Mónica Sánchez García han hecho pleno, pues han reconocido y situado perfectamente el fragmento dentro de su obra.
Y es que, efectivamente, se trataba de un fragmento de Lectura fácil (2018) de Cristina Morales (1985), obra actual y cuya aparición alcanzó gran éxito y repercusión social, pues alcanzó el Premio Herralde en 2018 y también el Premio Nacional de Narrativa en 2019.
Y nada más por hoy. Feliz semana de estudio. Saludos y ánimo.
Tengo unas compuertas instaladas en las sienes. Cierran en vertical, como las del metro, y me clausuran la cara. Pueden representarse con las manos, haciendo el cucú de los bebés. ¿Dónde está mami, dónde está mami? ¡Aquíiiiiiii!, y en el aquí las manos se separan y el niño se carcajea. Las compuertas de mis sienes no están hechas de manos sino de un material liso, resistente y transparente rematado en una goma que asegura cierre y apertura amortiguados, y su hermetismo. Así son, en efecto, las compuertas del metro. Aunque se pueda ver perfectamente lo que pasa al otro lado, son lo suficientemente altas y resbaladizas como para que no puedas ni saltarlas ni agacharte para pasar por debajo. De igual modo, cuando mis compuertas se cierran, se me pone en la cara una dura máscara transparente que me permite ver y ser vista y parece que nada se interpone entre el exterior y yo, aunque en realidad la información ha dejado de fluir entre un lado y otro y solo se intercambian los estímulos elementales de la supervivencia. Para sobrepasar las compuertas del metro hay que encaramarse a la máquina que pica los billetes y que sirve a su vez de engranaje y de separación entre una pareja de compuertas y otra. O eso o pagar el billete, claro.
A veces no son una dura máscara transparente, mis compuertas, sino un escaparate a través del cual miro algo que no me puedo comprar o a través del cual yo soy mirada, deseada de comprar por otro. Hablo de estas mis compuertas y no lo hago en un sentido figurado. Estoy intentando a toda costa ser literal, explicar una mecánica. Cuando era pequeña no entendía las letras de las canciones porque estaban cuajadas de eufemismos, de metáforas, de elipsis, en fin, de asquerosa retórica, de asquerosos marcos de significado predeterminados en los que «mujer contra mujer» no quiere decir dos mujeres peleándose sino dos mujeres follando. Qué retorcido, qué subliminal y qué rancio. Si por lo menos dijera «mujer con mujer»… Pero no: tiene que notarse lo menos posible que ahí hay dos tías lamiéndose el coño.