Como siempre, la semana ha sido muy fructífera y hemos avanzado en nuestros tres cursos (Total, Opolengua 2 y Opolengua 2023) incorporando nuevas personas a los mismos y trabajando nuevos materiales relativos a la unidad didáctica, a la programación y a la situaciones de aprendizajes. Pero hoy es viernes y eso quiere decir que es el día de nuestro ¡Ponte a prueba!, el acertijo con el que desde hace seis años planteamos un reto a las valientes y esforzadas personas para ayudarles en la preparación de la temida prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura. Esta prueba es la más difícil de las oposiciones. Es la prueba del algodón pues debemos identificar un texto y situarlo en la historia de la literatura sin más apoyo que nuestra competencia literaria. Por esta razón, para participar en este pasatiempo hay que emplear tan solo estas mismas armas. Como siempre y siguiendo la expresión clásica, este acertijo está abierto a los españoles de ambos hemisferios y a todas las personas que aman nuestra literatura y nuestra lengua.
Hoy traemos, como siempre, un texto interesante y este lo es, sobre todo, porque su autor ya ha aparecido en otras ocasiones en las oposiciones y con textos similares al que más abajo hemos seleccionado. Puede ser difícil señalar la obra y su autoría, pero como siempre decimos, se puede hacer un comentario muy sólido si somos capaces de relacionar razonadamente el texto con un género, una época y un movimiento literarios.
Como siempre, puedes participar escribiendo comentarios en la página de Facebook de opolengua.com (no en la mía personal) hasta el domingo por la noche. Nosotros daremos el lunes la solución del reto y la lista de acertantes.
Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.
Estoy sentado en una vieja y amable casa, que se llama Fonda de la Xantipa; acabo de llegar -¡descubríos!- al pueblo ilustre de Argamasilla de Alba. En la puerta de mi modesto mechinal, allá en Madrid, han resonado esta mañana unos discretos golpecitos; me he levantado súbitamente; he abierto el balcón; aún el cielo estaba negro y las estrellas titileaban sobre la ciudad dormida. Yo me he vestido. Yo he bajado a la calle; un coche pasaba con un ruido lento, rítmico, sonoro. Esta es la hora en que las grandes urbes modernas nos muestran todo lo que tienen de extrañas, de anormales, tal vez de antihumanas. Las calles aparecen desiertas, mudas; parece que durante un momento, después de la agitación del trasnocheo, después de los afanes del día, las casas recogen su espíritu sobre sí mismas, y nos muestran en esta fugaz pausa, antes de que llegue otra vez el inminente tráfago diario, toda la frialdad, la impasibilidad de sus fachadas altas, simétricas, de sus hileras de balcones cerrados, de sus esquinazos y sus ángulos que destacan en un cielo que comienza poco a poco, imperceptiblemente, a clarear en lo alto…
El coche que me lleva corre rápidamente hacia la lejana estación. Ya en el horizonte comienza a surgir un resplandor mate, opaco; las torrecillas metálicas de los cables surgen rígidas; la chimenea de una fábrica deja escapar un humo denso, negro, que va poniendo una tupida gasa ante la claridad que nace por Oriente. Yo llego a la estación. ¿No sentís vosotros una simpatía profunda por las estaciones? Las estaciones, en las grandes ciudades, son lo que primero despierta todas las mañanas, a la vida inexorable y cuotidiana. Y son primero los faroles de los mozos que pasan, cruzan, giran, tornan, marchan de un lado para otro, a ras del suelo, misteriosos, diligentes, sigilosos. Y son luego las carretillas y diablas que comienzan a chirriar y gritar. Y después el estrépito sordo, lejano, de los coches que avanzan. Y luego la ola humana que va entrando por las anchas puertas, y se desparrama, acá y allá, por la inmensa nave. Los redondos focos eléctricos, que han parpadeado toda la noche, acaban de ser apagados; suenan los silbatos agudos de las locomotoras; en el horizonte surgen los resplandores rojizos, nacarados, violetas, áureos, de la aurora. Yo he contemplado este ir y venir, este trajín ruidoso, este despertar de la energía humana. El momento de sacar nuestro billete correspondiente es llegado ya. ¿Cómo he hecho yo una sólida, una sincera amistad -podéis creerlo- con este hombre sencillo, discreto y afable, que está a par de mí, junto a la ventanilla?