Finaliza. Y ya estamos, como diría Cervantes, con un pie en el estribo y las ansias son muchas porque las oposiciones ya están ahí, bien cerca. Además, hoy es viernes y como siempre, acudimos diligentemente a cumplir con nuestro ¡Ponte a prueba!, el acertijo cordial que pretende ayudar amablemente a las personas que, todo valor y abnegación, construyen el futuro preparando las siempre temidas pruebas de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura. Como cada viernes, nuestro reto queda abierto a quienes, en ambos hemisferios, aman nuestra lengua y literatura milenaria.
Hoy traemos un texto interesante que a lo mejor resulta difícil de identificar. Pero ya sabemos que esto no es obstáculo para hacer un buen comentario. Se trata de adscribir el texto a una época, un género y un movimiento. Leyendo, razonando y escribiendo bien se puede hacer un gran comentario sin haber reconocido la obra.
Como siempre, puedes participar escribiendo comentarios en la página de Facebook de opolengua.com (no en la mía personal) hasta el domingo por la noche. Recuerda también que, como el día D no contaremos con ninguna ayuda, se puede participar en el reto pero sin leer los comentarios anteriores y sin consultar fuentes, incluida la Red, para resolver el enigma. Nosotros daremos la solución del acertijo y la lista de acertantes el lunes.
Y nada más por hoy. Saludos y ánimo.
En España, como en todas partes, el lenguaje se muda al mismo paso que las costumbres; y es que, como las voces son invenciones para representar las ideas, es preciso que se inventen palabras para explicar la impresión que hacen las costumbres nuevamente introducidas. Un español de este siglo gasta cada minuto de las veinticuatro horas en cosas totalmente distintas de aquellas en que su bisabuelo consumía el tiempo; éste, por consiguiente, no dice una palabra de las que al otro se le ofrecían. -Si me dejan hoy a leer -decía Nuño- un papel escrito por un galán del tiempo de Enrique el Enfermo refiriendo a su dama la pena en que se halla ausente de ella, no entendería una sola cláusula, por más que estuviese escrito de letra excelente moderna, aunque fuese de la mejor de las Escuelas Pías. Pero en recompensa ¡qué chasco llevaría uno de mis tatarabuelos si hallase, como me sucedió pocos días ha, un papel de mi hermana a una amiga suya, que vive en Burgos! Moro mío, te lo leeré, lo has de oír, y, como lo entiendas, tenme por hombre extravagante. Yo mismo, que soy español por todos cuatro costados y que, si no me debo preciar de saber el idioma de mi patria, a lo menos puedo asegurar que lo estudio con cuidado, yo mismo no entendí la mitad de lo que contenía. En vano me quedé con copia del dicho papel; llevado de curiosidad, me di prisa a extractarlo, y, apuntando las voces y frases más notables, llevé mi nuevo vocabulario de puerta en puerta, suplicando a todos mis amigos arrimasen el hombro al gran negocio de explicármelo. No bastó mi ansia ni su deseo de favorecerme. Todos ellos se hallaron tan suspensos como yo, por más tiempo que gastaron en revolver calepinos y diccionarios. Sólo un sobrino que tengo, muchacho de veinte años, que trincha una liebre, baila un minuet y destapa una botella de Champaña con más aire que cuantos hombres han nacido de mujeres, me supo explicar algunas voces. Con todo, la fecha era de este mismo año.