Finalizamos hoy una intensa semana de trabajo en la que hemos creado nuevos materiales y videos sobre los exámenes de oposición. Los tres cursos más importantes que este año estamos trabajando el Curso Total, el Opolengua 2024 y el Curso Oro (y los otros) han echado a andar. Pero llega el viernes y es el día de nuestro ¡Ponte a prueba!, el reto semanal que cada viernes desde hace nueve años mantiene su cita con las nobles y valientes personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba más difícil, la del comentario de texto. Como siempre, nuestro amable acertijo está abierto a todas las personas de ambos hemisferios, tal y como se decía en nuestro Siglo de Oro, que amen nuestra lengua y literatura.
La propuesta de la semana: un texto interesante y difícil
Hoy proponemos un texto muy interesante, que daría mucho juego para un comentario de tipo pragmático. Es difícil, seguramente, que se reconozca la obra (y por tanto la autoría), pero sí es más sencillo que seamos capaces de adscribirlo a una época, un género y un movimiento literario. Y con esos mimbres, no cabe la menor duda, se puede hacer un gran comentario de oposiciones.
¿Cómo participar?
Como siempre, se puede participar escribiendo comentarios en la página de Facebook de opolengua.com (no en la mía personal) hasta el domingo por la noche. Y como siempre también, las normas para participar en el reto son escribir los comentarios sin leer los anteriores y no consultar internet para resolver el enigma, pues el día D no tendremos más apoyo que nuestra propia sabiduría. Nosotros daremos la solución del acertijo y la lista de acertantes el lunes.
Y nada más por hoy. Saludos, ánimo… ¡y toda la suerte del mundo en el examen!
Es cierto: fue un pícaro sin formación, fue un falangistilla de provincias, fue un arribista del franquismo, fue el chico de los recados del Rey; sus detractores tenían razón, solo que su biografía demuestra que esa razón no es toda la razón. Poseía un talento de actor para el engaño, pero la primera vez que vio a Santiago carrillo no le engañó: pertenecía a una familia de derrotados republicanos, varios de los cuales habían conocido durante la guerra las cárceles de Franco; nadie en su casa, le inculcó, sin embargo, la menor convicción política, ni es fácil que nadie le hablara de la guerra, excepto como de una catástrofe natural; sí es fácil, en cambio, que aprendiera desde niño a odiar la derrota del mismo modo que se odia una pestilencia familiar. Nació en 1932 en Cebreros, un pueblo vinícola de la provincia de Ávila. Su madre era hija de pequeños empresarios y también una mujer fuerte, devota y voluntariosa; su padre era hijo, del secretario del juzgado y también un gallito simpático, presumido, trapacero, mujeriego y jugador. Aunque nunca acabó de llevarse bien con su padre -o tal vez por eso-, puede que en el fondo fuera igual que su padre, salvo por el hecho de que en su caso, el ejercicio de esas inclinaciones y rasgos de carácter, estaba del todo subordinado a la satisfacción de su único apetito verdadero. Fue un estudiante pésimo, que penó de colegio en colegio y que no pisó la universidad más que para examinarse de asignaturas que a menudo memorizaba sin entender; carecía del hábito sedentario de la lectura, y hasta el final de sus días le persiguió una leyenda, solo al principio fomentada por el mismo, según la cual jamás había reunido paciencia suficiente para leer un libro desde la primera página hasta la última. Le interesaban otras cosas: las chicas, el baile, el fútbol, el tenis, el cine y las cartas. Era un vitalista hiperactivo y compulsivamente sociable, un líder de pandilla de barrio, con una simpatía espontánea y un éxito indisputado entre las mujeres, pero que cambiaba sin dificultad la euforia por el abatimiento y, aunque probablemente nunca visitó un psiquiatra, algunos amigos íntimos siempre lo consideraron carne de psiquiatra.