Comienza hoy una nueva e intensa semana de trabajo en la que avanzaremos todos nuestros cursos y no faltaremos a nuestra cita con el blog. Pero hoy es lunes y, como siempre, es el día en que publicamos el resultado de nuestro reto, el ¡Ponte a prueba!, el amable acertijo con el que todas las semanas, desde 2015, acompañamos a las nobles y esforzadas personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba más temida, el comentario de texto.
Ya decíamos el viernes pasado que esta el texto estaba extraído de una breve obra de obligado conocimiento para los opositores, pues tiene estrechísima relación con la estética de las vanguardias y más en concreto con la generación del 27. La respuesta de nuestros seguidores ha resultado acorde con la importancia del texto y así han sido muchas las personas que han participado mostrando su competencia literaria. Eva López Santuy lo ha adscrito acertadamente al género del ensayo, Natalia de la Iglesia ha dado con su autor y San BG, María Pilar Carbonero Muñoz, Sara Piélagos Martín y Lydia P García han hecho pleno, al reconocer la obra y su autoría. ¡Enhorabuena a todas ellas y ojalá que el día D tengan la misma fortuna!
Y es que, efectivamente, se trataba de uno de los párrafos iniciales de La deshumanización del arte (1925), famosísimo ensayo sobre la naturaleza del arte de vanguardia de José Ortega y Gasset (1883-1955).
Y nada más por hoy. Volveremos mañana con nuestra entrada de fondo.
A mi juicio, lo característico del arte nuevo, «desde el punto de vista sociológico», es que divide al público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros; que son dos variedades distintas de la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va desde luego dirigido a una minoría especialmente dotada. Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad, que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra. El arte joven, con sólo presentarse, obliga al buen burgués a sentirse tal y como es: buen burgués, ente incapaz de sacramentos artísticos, ciego y sordo a toda belleza pura. Ahora bien, esto no puede hacerse impunemente después de cien años de halago omnímodo a la masa y apoteosis del «pueblo». Habituada a predominar en todo, la masa se siente ofendida en sus «derechos del hombre» por el arte nuevo, que es un arte de privilegio, de nobleza de nervios, de aristocracia instintiva. Dondequiera que las jóvenes musas se presentan la masa las cocea.
Durante siglo y medio el «pueblo», la masa, ha pretendido ser toda la sociedad. La música de Strawinsky o el drama de Pirandello tienen la eficacia sociológica de obligarle a reconocerse como lo que es, como «sólo pueblo», mero ingrediente, entre otros, de la estructura social, inerte materia del proceso histórico, factor secundario del cosmos espiritual. Por otra parte, el arte joven contribuye también a que los «mejores» se conozcan y reconozcan entre el gris de la muchedumbre y aprendan su misión, que consiste en ser pocos y tener que combatir contra los muchos.
Se acerca el tiempo en que la sociedad, desde la política al arte, volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares. Todo el malestar de Europa vendrá a desembocar y curarse en esta nueva y salvadora escisión. La unidad indiferenciada, caótica, informe, sin arquitectura anatómica, sin disciplina regente en que se ha vivido por espacio de ciento cincuenta años no puede continuar. Bajo toda la vida contemporánea late una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres. Cada paso que damos entre ellos nos muestra tan evidentemente lo contrario que cada paso es un tropezón doloroso.