Ha sido una semana de intenso trabajo y de alegrías. Hemos avanzado en nuestros cursos, hemos entregado la unidad de Andalucía y nos ha escrito Beatriz Medrano explicando con su testimonio cómo ha alcanzado su merecida plaza en las oposiciones vascas. Pero llega el fin de semana. Hoy es un viernes más y por eso volvemos a nuestra incombustible cita con nuestro amable acertijo, el ¡Ponte a prueba!, ese concurso con el que apoyamos a las nobles y esforzadas personas que preparan las oposiciones
de Lengua Castellana y Literatura en su más temida criba, la prueba del comentario de texto. Es importante participar porque ello nos sitúa psicológicamente en un nivel de tensión más parecido al real del día D que si no lo hacemos. Hay que recordar, como no, que este acertijo está abierto a todas las personas de ambos hemisferios que aman nuestra milenaria lengua y su literatura.
La propuesta de la semana: un texto muy posible
Hoy planteamos de nuevo un texto que podría aparecer perfectamente en las oposiciones de Lengua de 2024 o en las de 2025. De hecho, su autor ya ha aparecido en las mismas, por lo que no sería de extrañar que volviera a hacerlo. Como siempre, se trata de reconocer obra y autor (en este caso, no estaría de más situar el fragmento). Si ello no es posible, siempre podemos hacer un buen comentario al adscribir de forma razonada el texto a su género, época y movimiento literario.
¿Cómo participar?
Para participar hay que escribir un comentario en la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. Solo hay una norma: no consultar internet para buscar el fragmento y enfrentarse al reto como lo harás el día D, sin más elementos que tu competencia literaria. Como siempre también, nosotros publicaremos la solución del reto y la lista de acertantes el lunes.
Y nada más por hoy. Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.
Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increíble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado.
–¡Parece mentira! –repetía–, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería… No sé si estoy despierto o soñando…
–Ni despierto ni soñando –le contesté.
–No me lo explico… no me lo explico –añadió–; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto como sé yo mismo, acaso adivine mi propósito…
–Sí –le dije–, tú –y recalqué este tú con un tono autoritario–, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo.
El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
–¡No, no te muevas! –le ordené.
–Es que… es que… –balbuceó.
–Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
–¿Cómo? –exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
–Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? –le pregunté.
–Que tenga valor para hacerlo –me contestó.
–No –le dije–, ¡que esté vivo!
–¡Desde luego!
–¡Y tú no estás vivo!
–¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? –y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
–¡No, hombre, no! –le repliqué–. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
–¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! –me suplicó consternado–, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
–Pues bien; la verdad es, querido Augusto –le dije con la más dulce de mis voces–, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes…
–¿Cómo que no existo? ––exclamó.
–No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.