Hoy es nuevamente lunes y comienza una nueva semana de trabajo. Es el día, por tanto, en que desde 2015 tenemos una cita con nuestro ¡Ponte a prueba!, pues ofrecemos la solución y la lista de acertantes del amable acertijo que pretende ayudar humildemente a las nobles y esforzadas personas que preparan la siempre difícil prueba del comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
Esta semana hemos elegido un texto muy característico de su autor y de una obra que en su tiempo tuvo un gran impacto en la sociedad valenciana y española del momento. No hay que olvidar que su autor fue de los más exitosos del siglo XIX alcanzando su fama Estados Unidos y al propio Hollywood. Es además un texto que nos servía para recordar a todas las personas que han sufrido y están sufriendo las consecuencias de la tragedia de la semana pasada.
Y de nuevo, como siempre, nuestros seguidores han vuelto a demostrar su fino olfato literario. Amaya G. Arregui ha acertado al señalar la época y el género del texto. San BG añade el movimiento literario. Y Josega Real, María Pilar Carbonero Muñoz, Eva López Santuy, Cris Alrío, Lidia Parra González, Marisa Márquez Marín, Sara Piélagos Martín y Sara Lorenzo hacen pleno al señalar acertadamente la obra y el autor.
Y es que, efectivamente, se trataba de los párrafos iniciales de la gran novela Cañas y barro (1902) de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), una de sus obras más famosas y ambientada en la Albufera valenciana. ¡Enhorabuena a todos ellos y ojalá que el día D tengan la misma suerte! Con este sencillo gesto queremos recordar a las víctimas y también a todas las personas que están poniendo su granito de arena para paliar de alguna medida el tremendo desastre que hemos vivido en los últimos días.
Y nada más por hoy.
Saludos y ánimo, sobre todo necesario en momentos como el actual.
Como todas las tardes, la barca-correo anunció su llegada al Palmar con varios toques de bocina. El barquero, un hombrecillo enjuto, con una oreja amputada, iba de puerta en puerta, recibiendo encargos para Valencia, y al llegar á los espacios abiertos en la única calle del pueblo, soplaba de nuevo en la bocina para avisar su presencia á las barracas desparramadas en el borde del canal. Una nube de chicuelos casi desnudos, seguía al barquero con cierta admiración. Les infundía respeto el hombre que cruzaba la Albufera cuatro veces al día, llevándose á Valencia, la mejor pesca del lago y trayendo de allá los mil objetos de una ciudad misteriosa y fantástica para aquellos chiquitines criados en una isla de cañas y barro. De la taberna de Cañamel, que era el primer establecimiento del Palmar, salía un grupo de segadores con el saco al hombro en busca de la barca para regresar á sus tierras. Afluían las mujeres al canal, semejante á una calle de Venecia, con las márgenes cubiertas de barracas y viveros donde los pescadores guardaban las anguilas.
En el agua muerta, de una brillantez de estaño, permanecía inmóvil la barca-correo: un gran ataúd, cargado de personas y paquetes, con la borda casi á flor de agua. La vela triangular con remiendo obscuros, estaba rematada por un guiñapo, incoloro, que en otros tiempos había sido una bandera española y delataba el carácter oficial de la vieja embarcación. Un hedor insoportable se esparcía en torno de la barca. Sus tablas se habían impregnado del tufo de los cestos de anguilas y de la suciedad de centenares de pasajeros: una mezcla nauseabunda de pieles gelatinosas, escamas de pez criado en el barro, pies sucios y ropas mugrientas, que con su roce habían acabado por pulir y abrillantar los asientos de la barca. Los pasajeros, segadores en su mayoría, que venían del Perelló, último confín de la Albufera lindante con el mar, cantaban á gritos pidiendo al barquero que partiese cuanto antes. ¡Ya estaba llena la barca! ¡No cabía más gente!
Así era; pero el hombrecillo, volviendo hacia ellos el informe muñón de su oreja cortada como para no oírles, esparcía lentamente por la barca las cestas y los sacos que las mujeres le entregaban desde la orilla. Cada uno de los objetos provocaba nuevas protestas; los pasajeros se estrechaban o cambiaban de sitio, y los del Palmar que entraban en la barca recibían con reflexiones evangélicas la rociada de injurias de los que ya estaban acomodados. ¡Un poco de paciencia! ¡Tanto sitio que encontrasen en el cielo!…