El concurso de esta semana en opolengua.com ha tenido varios acertantes. Se trataba de un texto relativamente fácil porque en él se citaban los nombres de los protagonistas, Ana y Álvaro, de los secundarios Paquito y Edelmira e incluso el título de la obra que, como sabemos, se corresponde con el sobrenombre de la protagonista, la Regenta.
Sin embargo, gran parte de los concursantes han acertado no solo la obra sino también la situación del fragmento dentro de la misma e incluso su valor funcional. Esto lógicamente les permitiría destacarse de sus competidores el temido y ansiado día D. Efectivamente se trataba del capítulo XVI de La Regenta (1884) de Clarín (1852-1901) cuando los personajes asisten a la representación del Don Juan de Zorrilla. Damos la enhorabuena por tanto a Mercedes Mateos, Susana Rivas y Mary Mar Plaza que han acertado la obra y sobre todo a Lozano Rfl y Marikilla Mármol que además la han situado acertadamente dentro de la obra. Ojalá estén tan acertadas el día D y puedan destacar por encima de sus oponentes.
Para finalizar, simplemente señalar que esta obra ya ha aparecido en las oposiciones y seguramente, debido a su enorme calidad y trascendencia (en opinión de gran parte de la crítica que yo comparto, es la mejor novela española del siglo XIX) seguirá apareciendo así que recomendamos su lectura.
Ella le dejaba ver el cuello vigoroso y mórbido, blanco y tentador con su vello negro algo rizado y el nacimiento provocador del moño que subía por la nuca arriba con graciosa tensión y convergencia del cabello. Dudaba don Álvaro si debía en aquella situación atreverse a acercarse un poco más de lo acostumbrado. Sentía en las rodillas el roce de la falda de Ana, más abajo adivinaba su pie, lo tocaba a veces un instante. «Ella estaba aquella noche… en punto de caramelo» (frase simbólica en el pensamiento de Mesía), y con todo no se atrevió. No se acercó ni más ni menos; y eso que ya no tenía allí caballo que lo estorbase. «¡Pero la buena señora se había sublimizado tanto! y como él, por no perderla de vista, y por agradarla, se había hecho el romántico también, el espiritual, el místico… ¡quién diablos iba ahora a arriesgar un ataque personal y pedestre!… ¡Se había puesto aquello en una tessitura endemoniada!». Y lo peor era que no había probabilidades de hacer entrar, en mucho tiempo, a la Regenta por el aro; ¿quién iba a decirle: «bájese usted, amiga mía, que todo esto es volar por los espacios imaginarios»? Por estas consideraciones, que le estaban dando vergüenza, que le parecían ridículas al cabo, don Álvaro resistió el vehemente deseo de pisar un pie a la Regenta o tocarle la pierna con sus rodillas…
Que era lo que estaba haciendo Paquito con Edelmira, su prima. La robusta virgen de aldea parecía un carbón encendido, y mientras don Juan, de rodillas ante doña Inés, le preguntaba si no era verdad que en aquella apartada orilla se respiraba mejor, ella se ahogaba y tragaba saliva, sintiendo el pataleo de su primo y oyéndole, cerca de la oreja, palabras que parecían chispas de fragua. Edelmira, a pesar de no haber desmejorado, tenía los ojos rodeados de un ligero tinte obscuro. Se abanicaba sin punto de reposo y tapaba la boca con el abanico cuando en medio de una situación culminante del drama se le antojaba a ella reírse a carcajadas con las ocurrencias del Marquesito, que tenía unas cosas..
Para Ana el cuarto acto no ofrecía punto de comparación con los acontecimientos de su propia vida… ella aún no había llegado al cuarto acto. «¿Representaba aquello lo porvenir? ¿Sucumbiría ella como doña Inés, caería en los brazos de don Juan loca de amor? No lo esperaba; creía tener valor para no entregar jamás el cuerpo, aquel miserable cuerpo que era propiedad de don Víctor sin duda alguna. De todas suertes, ¡qué cuarto acto tan poético! El Guadalquivir allá abajo… Sevilla a lo lejos… La quinta de don Juan, la barca debajo del balcón… la declaración a la luz de la luna… ¡Si aquello era romanticismo, el romanticismo era eterno!…».