Cerrábamos 2017 nuestro concurso de opolengua.com para la prueba de comentario en las oposiciones de Lengua castellana y literatura, con un texto extraído de una novela emblemática del siglo XX . Lectura obligatoria durante décadas en las enseñanza media española, se ha convertido por derecho propio (y a pesar de sus defectos, que los tiene) en un clásico indiscutible de las letras españolas. Pertenece además esta obra a mi género favorito, la novela de aprendizaje, género en el que sin duda se han producido gran parte de las obras maestras de la literatura universal.
Es conveniente recordar que si podemos, debemos situar el texto dentro de la obra, pues eso nos permitirá singularizarnos y destacar delante del tribunal mostrando mayor conocimiento que nuestros competidores.
En este sentido, se trataba el fragmento del capítulo 1 «De viaje» de la quinta parte («La experiencia en el pueblo») de El árbol de la ciencia (1911) de Pío Baroja (1872-1956) en el que Andrés Hurtado asiste, en su viaje en tren, a un enfrentamiento entre un sudamericano y un español. Trata aquí, como en otras ocasiones a lo largo de la novela, el tema de España, uno de los rasgos distintivos de la generación del 98.
Y ya, sin más preámbulo, podemos decir que en nuestra página de Facebook han respondido acertadamente dos personas: Rocío AC, Mercedes Mateos y Carmen Gálvez. ¡Enhorabuena para ellas!
El tren echó a andar.
El hombrecito negro sacó una especie de túnica amarillenta, se envolvió en ella, se puso un pañuelo en la cabeza y se tendió a dormir. El monótono golpeteo del tren acompañaba el soliloquio interior de Andrés; se vieron a lo lejos varias veces las luces de Madrid en medio del campo, pasaron tres o cuatro estaciones desiertas y entró el revisor. Andrés sacó su billete, el joven alto hizo lo mismo, y el hombrecito, después de quitarse su balandrán, se registró los bolsillos y mostró un billete y un papel.
El revisor advirtió al viajero que llevaba un billete de segunda.
El hombrecito de negro, sin más ni más, se encolerizó y dijo que aquello era una grosería; había avisado en la estación su deseo de cambiar de clase; él era un extranjero, una persona acomodada, con mucha plata, sí, señor, que había viajado por toda Europa y toda América, y sólo en España, en un país sin civilización, sin cultura, en donde no se tenía la menor atención al extranjero, podían suceder cosas semejantes.
El hombrecito insistió y acabó insultando a los españoles. Ya estaba deseando dejar este país, miserable y atrasado; afortunadamente, al día siguiente estaría en Gibraltar, camino de América.