Comienza el nuevo año y no nos hemos olvidado en www.opolengua de nuestro concurso de fin de semana, que concebimos como una amable herramienta para que los opositores de Lengua castellana y literatura se enfrenten a un sencillo reto que, estimule su éxito en el ejercicio de comentario de texto de las oposiciones.
Hoy traemos un texto es de un autor muy conocido, pero cuya obra no ha aparecido con frecuencia en las oposiciones. Sin embargo esta obra es una novela importante en las letras españolas y su publicación supuso un aldabonazo en su época. No damos más pistas. Como ya saben los viejos concursantes, acertar el autor y el texto es importante; pero si somos capaces de señalar su época y movimiento literario de forma razonada, también nos acercamos bastante a la solución. Y el premio importante está, cuando muchos opositores aciertan la obra, en situar el fragmento dentro de la novela. Y nada más: ¡a concursar!
Como siempre, las respuestas se recogen en nuestra página de Facebook y el resultado del concurso se publicará el lunes.
No vi marcharse ni a don Manuel ni a las mujeres. Estaba como atontado, cuando empecé a volver a percatarme de la vida, sentado en la tierra recién removida sobre el cadáver de Mario; por qué me quedé allí y el tiempo que pasó, son dos cosas que no averigüé jamás. Me acuerdo que la sangre seguía golpeándome las sienes, que el corazón seguía queriéndose echar a volar. El sol estaba cayendo; sus últimos rayos se iban a clavar sobre el triste ciprés, mi única compañía. Hacia calor; unos tiemblos me recorrieron todo el cuerpo; no podía moverme, estaba clavado como por el mirar del lobo.
De pie, a mi lado, estaba Lola, sus pechos subían y bajaban al respirar… -¿Y tú?
-¡Ya ves!
-¿Qué haces aquí?
-¡Pues…, nada! Por aquí…
Me levanté y la sujeté por un brazo.
-¿Qué haces aquí?
-¡Pues nada! ¿No lo ves? ¡Nada!
Lola me miraba con un mirar que espantaba. Su voz era como, una voz del más allá, grave y subterránea como la de un aparecido.
-¡Eres como tu hermano! -¿Yo?
-¡Tú! ¡Sí!
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Fue una lucha feroz. Derribada en tierra, sujeta, estaba más hermosa que nunca… Sus pechos subían y bajaban al respirar cada vez más de prisa. Yo la agarré del pelo y la tenía bien sujeta a la tierra. Ella forcejeaba, se escurría…
La mordí hasta la sangre, hasta que estuvo rendida y dócil como una yegua joven.
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-¿Es eso lo que quieres?
-¡Sí!
Lola me sonreía con su dentadura toda igual… Después me alisaba el cabello. -¡No eres como tu hermano… ! ¡Eres un hombre…!
En sus labios quedaban las palabras un poco retumbantes.
-¡Eres un hombre…! ¡Eres un hombre…!
La tierra estaba blanda, bien me acuerdo. Y en la tierra, media docena de amapolas para mi hermano muerto: seis gotas de sangre…
-¡No eres como tu hermano…! ¡Eres un hombre…! -¿Me quieres?
-¡Sí!