¡Ponte a prueba! 8/2019 (Solución) Oposiciones de Lengua castellana y literatura

¡Ponte a prueba! 8/2019 (Solución) Oposiciones de Lengua castellana y literatura

Ponte a prueba. Logo Opolengua

Hoy es lunes y, por tanto, iniciamos la semana de estudio de las oposiciones de Lengua y literatura castellana publicando la solución de nuestro acertijo para preparar la prueba de comentario. El texto de esta semana ha sido acertado por varios concursantes .

 

El fragmento propuesto para el concurso era un fragmento del capítulo II de la Historia del Buscón llamado don Pablos (1626) atribuida a Francisco de Quevedo(1580-1645) aunque él nunca reconoció su autoria. Como sabemos, se trata de una novela picaresca en la que el autor madrileño trata de ridiculizar en el género la propia figura del pícaro y con ello, el propio género en sí.

 

Así pues, hay que dar la enhorabuena a Alegala Mell y Mercedes Mateos por acertar la obra y a Sara Piélagos que incluso ha situado el fragmento dentro de la obra, lo que podría capitalizar en su comentario señalando de manera segura muchos rasgos propios del género y la obra.  Y nada más por hoy. El miércoles nos veremos en el blog de www.opolengua.comcon una nueva entrada. Saludos y ánimo.

 

A otro día, ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre, diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle, di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días por venir antes, y íbame el postrero por hacer algunos recados a la Señora (que así llamábamos la mujer del maestro). Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia en los demás niños. LLegábame, de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta, y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas, de noche; otro decía que a mi padre le habían llevado a su casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían «zape» cuando pasaba, y otros «miz».