Por fin llegó el 7 de enero de 2019, finalizaron las navidades y su periodo vacacional y, por tanto, es el día en que publicamos la solución de nuestro acertijo y pasatiempo que propusimos en la semana final del primer trimestre, como siempre con la intención de ayudar a quienes preparan la prueba de comentario de las oposiciones de Lengua castellana y literatura.
El texto propuesto era el fragmento del último capítulo de la novela Ultimas tardes con Teresa (1966) de Juan Marsé (1933), una fenomenal novela que actualizaba el personaje del pícaro, situándolo en la Barcelona progre previa a la muerte de Franco. La mezcla entre el origen lumpen del protagonista y sus ambiciones sentimentales con una chica burguesa y antifranquista daba pie al análisis social y a la ironía.
Es una obra tan importante como conocida y de ahí el acierto pleno de varios de nuestros concursantes. Así, han acertado Maica Maiqueta, Mercedes Mateos, David González Garrido y Sara Piélagos Martín que han señalado correctamente la obra y ha obtenido un extraordinario resultado Henar PC, que ha indicado incluso que se trataba del final de la novela. Todos ellos partirían con ventaja a la hora de realizar su comentario. ¡Enhorabuena a todos! Y nada más por hoy: recordar que el miércoles publicaremos nuestra entrada de fondo y el viernes llegará una nueva entrega de nuestro concurso. Feliz semana de estudio. Saludos y ánimo.
Y así supo lo que quería, lo que ya no se atrevía a preguntar: cómo Teresa, a primeros de aquel mes de octubre, extrañada por su silencio, fue personalmente al Monte Carmelo y se enteró de su detención; cómo estuvo un tiempo sin querer ver a nadie, excepto a un primo suyo, madrileño, con el cual entonces salía a menudo; cómo meses después se lo contó todo al propio Luis, en el bar de la Facultad, riéndose y sin dar con las palabras, igual que si se tratara de un chiste viejo y casi olvidado pero sumamente gracioso; cómo aquel mismo invierno se supo, en ciertos medios universitarios, que Teresa se había desembarazado al fin de su virginidad, y cómo al año siguiente terminó brillantemente la carrera, iniciando en seguida una gran amistad con Mari Carmen Bori, en compañía de la cual frecuentaba ahora a ciertos intelectuales que él, Luis Trías, ya no podía soportar; cómo, por cierto, si Manolo había conocido a los Bori, le interesaría saber que terminaron por separarse, y que Mari Carmen vivía ahora con un pintor; y, por último, cómo él mismo, Luis, después de abandonar los estudios y ponerse a trabajar con su padre, vivía al fin en armonía, si no con el país, sí por lo menos consigo mismo, con su poquito de alcohol y sus amistades escogidas, sin echar de menos nada y sin resentimientos para con nadie, despolitizado y olvidado, pero deseando sinceramente más perspicacia y mejor fortuna a las nuevas promociones universitarias…
—De todos modos fue divertido —dijo para terminar.
Fugazmente de acuerdo con el espíritu de cierto verano, vinculado por un brevísimo instante al vértigo de la seda y la luna, el sombrío rostro del murciano no acusó ninguna de estas noticias, ni siquiera aquellas que hacían referencia a Teresa: se hubiera dicho, pensó Luis Trías, que había venido buscando simplemente una confirmación a lo que ya sabía, y que esta confirmación no podía afectarle para nada, porque siempre, desde el primer momento, desde la primera noche que estuvo aquí con Teresa defendiéndose contra todos a fuerza de embustes y a golpes de chulería, la había llevado escrita en sus ojos sardónicos de una manera cruel e irrevocable.
Manolo se disponía a pagar su cerveza.
—Deja, te invito —dijo Luis Trías—. ¿Te vas ya? Toma una copa y seguiremos hablando…
—Gracias, tengo prisa.
Luis volvió a ponerle la mano en el hombro.
—¿Qué piensas hacer ahora?
—Ya veré. Adiós.