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¡Ponte a prueba! 6/2024

Oposiciones Lengua Castellana

Finalizamos octubre. Ya hemos tomado velocidad de crucero. Una parte de los opositores ya están aclimatados a su nueva situación vital, mientras que otros están decidiéndose a opositar todavía. Nuestros tres cursos de este año, el Opolengua, el Total y el Oro, están a pleno funcionamiento, de forma que cada persona encuentre el que se adapte a sus necesidades. Pero hoy es viernes y como siempre, desde 2015, planteamos un reto ameno y relajante para que las personas, obligatoriamente valientes y esforzadas, que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba de comentario de texto, la más difícil y temida, tengan una piedra de toque que les sirva para orientarse ante la misma. Como siempre decimos, el amable acertijo está abierto a todas las personas de ambos hemisferios que amen nuestra lengua y literatura.

La propuesta de la semana: un clásico contemporáneo

Aunque pueda parecer contradictoria esta formulación, por muchas razones, podemos decir que nuestra propuesta de hoy es un texto que ya podemos considerar clásico aunque no hace tanto tiempo que fue escrito. Sus posibilidades de comentario son múltiples. Es probable que algunas personas lo reconozcan y si es tal, sería ideal situar el fragmento dentro de la obra, pero si no lo reconocemos, el texto da pie para montar un buen comentario adscribiéndolo razonadamente a una época, un género y un movimiento literario.

¿Cómo participar?

Es posible participar, como siempre, escribiendo comentarios en la página de Facebook de opolengua.com (no en la mía personal) hasta el domingo por la noche. Y como siempre también, las normas para participar en el reto son escribir los comentarios sin leer los anteriores y no consultar internet para resolver el enigma, pues el día D no tendremos más apoyo que nuestra propia sabiduría. Nosotros daremos la solución del acertijo y la lista de acertantes el lunes.

Y nada más por hoy. Saludos y ánimo.

Yo la dije en voz baja:
-¡Déjame ser tu azafata!
Concha soltó su mano de entre las mías:
-¡Qué locuras se te ocurren!
-No tal. ¿Dónde están tus vestidos?
Concha se sonrió como hacen las madres con los caprichos de sus hijos pequeños:
-No sé dónde están.
-Vamos, dímelo…
-¡Si no sé!
Y al mismo tiempo, con un movimiento gracioso de los ojos y de los labios me indicó un gran armario de roble que había a los pies de su cama. Tenía la llave puesta, y lo abrí. Se exhalaba del armario una fragancia delicada y antigua. En el fondo estaban los vestidos que Concha llevara puestos aquel día:
-¿Son estos?
-Sí… Ese ropón blanco nada más.
-¿No tendrás frío?
-No.
Descolgué aquella túnica, que aún parecía conservar cierta tibia fragancia, y Concha murmuró ruborosa:
-¡Qué caprichos tienes!
Sacó los pies fuera de la cama, los pies blancos, infantiles, casi frágiles, donde las venas azules trazaban ideales caminos a los besos. Tuvo un ligero estremecimiento al hundirlos en las babuchas de marta, y dijo con extraña dulzura:
-Abre ahora esa caja larga. Escógeme unas medias de seda.
Escogí unas medias de seda negra, que tenían bordadas ligeras flechas color malva:
-¿Estas?
-Sí, las que tú quieras.
Para ponérselas me arrodillé sobre la piel de tigre que había delante de su cama. Concha protestó:
-¡Levántate! No quiero verte así.
Yo sonreía sin hacerle caso. Sus pies quisieron huir de entre mis manos. ¡Pobres pies, que no pude menos de besar! Concha se estremecía y exclamaba como encantada:
-¡Eres siempre el mismo! ¡Siempre!
Después de las medias de seda negra, le puse las ligas, también de seda, dos lazos blancos con broches de oro. Yo la vestía con el cuidado religioso y amante que visten las señoras devotas a las imágenes de que son camaristas. Cuando mis manos trémulas anudaron bajo su barbeta delicada, redonda y pálida, los cordones de aquella túnica blanca que parecía un hábito monacal, Concha se puso en pie, apoyándose en mis hombros. Anduvo lentamente hacia el tocador, con ese andar de fantasma que tienen algunas mujeres enfermas, y mirándose en la luna del espejo, se arregló el cabello:
-¡Qué pálida estoy! ¡Ya has visto, no tengo más que la piel y los huesos!
Yo protesté
-¡No he visto nada de eso, Concha!
Ella sonrió sin alegría.
-¡La verdad, cómo me encuentras?
-Antes eras la princesa del sol. Ahora eres la princesa de la luna.
-¡Qué embustero!